Si algo tiene el cine comercial es que a todo le mete amor, y mientras narra las crudezas de una guerra, incluye las desventuras de una pareja que, además de por su vida, lucha por su romance. Y cuando de una comedia romántica se trata, suele cerrar la película con una escena donde los protagonistas se besan en medio de aplausos porque, si algo tienen claro los productores, es que, más que amar y ser amados, los enamorados quieren es gritárselo al mundo.
Ahí está El curioso caso de Benjamin Button, una historia que en apariencia trata sobre un hombre que envejece al revés de los demás, cuando en realidad habla sobre la importancia de coincidir: hasta ocho veces se cruzan los protagonistas durante la historia y solo en una de ellas logran hacer una vida juntos. Y en el cuento original de Scott Fitzgerald, ni amor, ni coincidencias ni nada, tan solo un anciano con apariencia de bebé.
Pasa lo mismo en África mía, protagonizada por Meryl Streep: siete premios Óscar se llevó la cinta basada en un libro donde en ningún momento se narra el romance entre Karen Blixen y Finch Hatton, básicamente porque la baronesa lo escribió bajo el seudónimo masculino de Isak Dinesen, y claro, para la época en que se publicó, 1937, era impensado que un hombre contara públicamente su amor por alguien del mismo género.
Otro ejemplo: la célebre frase "He cruzado océanos de tiempo para encontrarte", que enamoró a millones de amantes, no es pronunciada en ninguna parte del libro de Bram Stoker, ya que, en él, Drácula y Mina nunca se enamoran. Y ya para cerrar, hablando de amores en medio de la guerra, El paciente inglés se llevó nueve de las doce nominaciones a los Óscar por contar bellamente la historia de un amor imposible. A ver cuántas estatuillas le daba la Academia si contaba a secas un relato sobre la Segunda Guerra Mundial.
A punta de taquillas millonarias, en cambio, sabemos que se vive de puta madre.
El cine es más grande de lo que creemos (no en vano, en Brasil celebraron el Óscar ganado recientemente como hubiesen vencido a Argentina en la final del mundo) y además nos alecciona en cuestiones de amor, por eso creemos en cuentos de Disney, príncipes y princesas y en el "vivieron felices para siempre". Sin embargo, no tengo claro que eso esté del todo mal porque creo que con el tiempo aprendemos a reconocer el amor verdadero del falso, o más bien, el tipo de amor que mejor nos calza.
¿Vieron hace unos años a Olivia Colman agradecer a su esposo por los veinticinco años juntos luego de ganar el Óscar en un divertidísimo discurso que puso a la audiencia de pie? Las crisis que habrán superado esos dos, lejos de las cámaras y los reflectores. Diría que eso es amarse de verdad y no la puesta en escena que en la misma ceremonia hicieron Bradley Cooper y Lady Gaga junto a un piano, pero qué voy a saber yo del amor.
Apenas la semana pasada, en la más reciente premiación, vimos a los personajes de Bob Dylan y Joan Báez besarse en una calle de Nueva York en medio de la crisis de misiles con la Unión Soviética del 62 mientras creían que el mundo se acababa, y vimos también a Kieran Culkin recordarle a su esposa su promesa de darle otro hijo si ganaba un Óscar.
Por otro lado, nos enteramos de la historia de amor de otro nominado, Colman Domingo, que conoció a su novio por internet luego de haberlo visto y perdido en una farmacia un domingo en la noche cualquiera. El día en que se reconectaron tenían planeado vivir una aventura cualquiera, pero antes de separarse el actor le dijo: "Creo que te amo y que estás a punto de cambiar mi vida"; hoy llevan veinte años juntos.
Por ese tipo de cosas y más, hoy creo que el amor todo lo puede. Es posible que haberme vuelto a enamorar después de ocho años tenga algo que ver en el asunto, pero, si me pongo realista, la verdad es que solo de amor no se vive. A punta de taquillas millonarias, en cambio, sabemos que se vive de puta madre.