Amí no me gusta recordar lo que dije alguna vez para enorgullecerme de haber tenido la razón. Al contrario, muchas veces lamento haberla tenido. Eso me pasa con una columna que publiqué en EL TIEMPO en marzo de 2022 con el título '
Ideas y ocurrencias'. Diferenciaba entre las dos, las primeras resultado de un proceso mental cuidadoso, confrontadas con hechos y con evaluación de su factibilidad, las segundas como salidas de la boca del estómago. Me refería al entonces senador Gustavo Petro y a su propuesta de reforma del sistema de salud. Llevamos ya casi tres años de ocurrencia en ocurrencia. Lamento mucho haber tenido la razón.
Hay dos términos relacionados que me parece bien discutir acá, porque ayudan a entender mejor nuestra realidad. El primero es 'racionalidad' y es de fundamental importancia, hoy y siempre. Se refiere a esa capacidad que nos permite actuar de la mejor manera para alcanzar los objetivos que nos proponemos. Esa actitud racional implica ser capaz de observar críticamente, de analizar y pesar diversas probabilidades de éxito, y finalmente actuar de acuerdo con lo que resulta del análisis. Se dice que todos los humanos somos racionales, pero eso parece ser un pensar con el deseo (sobre todo después de haber visto un consejo de ministros por televisión).
Dicen que es medio simplón citar El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, pero tiene un personaje que no aguanto la tentación de recordar. En uno de los asteroides el principito conoce al rey del universo, quien pretendía reinar sobre todo. Maravillado, le pide ordenarle al Sol que se ponga, y el rey con conmiseración le explica con un ejemplo: "¿Si yo le ordenara a un general volar de flor en flor como una mariposa, y el general no obedeciera la orden, quién estaría en falta, él o yo? Exacto; la autoridad se fundamenta en la razón, y si ordeno algo que no es razonable, no tendría ningún derecho de exigir obediencia".
El otro término es 'racionalización', que es un mecanismo de defensa que consiste en rebuscarse argumentos para justificar acciones u omisiones propias, penosas, acudiendo a veces a malabarismos lógicos (realmente pseudológicos), para no sentirse cometiendo una falta. Ese proceso de racionalización es frecuentemente de estructura neurótica.
Hay que seguir el ejemplo del rey del universo y ser cuidadoso en ordenar lo que es razonable.
Fue descrito primeramente por Ernest Jones, el biógrafo de Freud, en su libro La racionalización en la vida cotidiana. El fenómeno es de amplio espectro y va desde comportamientos que se pueden llamar normales, en la vida cotidiana, hasta verdaderos delirios.
Los psicólogos dicen que se hace en forma inconsciente, pero no estoy seguro de que tengan razón, sobre todo porque usualmente se usa para descargar las culpas propias sobre los otros, aunque para eso haya que inventar alguna conspiración tenebrosa.
Volviendo al citado consejo de ministros, se podría usar como ejemplo de texto. Los ministros salieron regañados por no cumplir su tarea, aunque la tarea no fuera razonable. No se cumplió la promesa de 500.000 cupos universitarios, que era un absurdo; ni la construcción de 100 universidades, que hubiera sido inconveniente además de absurdo; ni la repartición de seis millones de hectáreas, que se rebajó a tres y tampoco, ni la 'paz total' ni tanto más.
La culpa, como corresponde a una buena racionalización, es de "los generales que se niegan a volar de flor en flor como una mariposa", y la razón, esta vez, no fue un golpe blando de los enemigos, sino una conspiración de los más amigos.
Es malo eso de tener ocurrencias en lugar de ideas y usar racionalizaciones en lugar de una sana racionalidad. Hay que seguir el ejemplo del rey del universo y ser cuidadoso en ordenar lo que es razonable. Eso no es ser conservador ni reaccionario, es ser razonable.