Qué mandoble le envió mi amigo Poncho a la primera dama, doña Verónica Alcocer, con la colaboración de las compinches de la peluquería: unas famosas, chismosas, chapetonas envidiosas, que no se aguantan los viajes, la audiencia privada con su santidad, sus bailes sin hipocresías. La casta se siente ofendida por esta mujer desparpajada, verdadera, que actúa como sí misma sin querer sorprender con una elegancia convencional, sin preocuparse del qué dirán.
Verónica Alcocer ha demostrado que va a ser una primera dama sui géneris. Ella va a ser la primera dama del cambio. Es que lo más difícil es adaptarse al cambio, decía Charles Darwin, el naturalista inglés, padre de la evolución: “No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor se adapte al cambio”.
La realidad es que los señorones de la casta solo quieren el statu quo y le tienen pánico a cualquier cosa que se parezca a un cambio. Están criticando cualquier nombramiento que ha hecho el Presidente, que ha hecho algunos completamente heterodoxos, muchas mujeres al gobierno, muchos afrodescendientes, comenzando por Francia; muchos indígenas al poder.
Verónica renuncio a una candidatura a la alcaldía de Sincelejo porque, como buena madre, prefirió ocuparse de su niña pequeña, Antonella.
Pero, más allá de ello, quiero, con todo respeto, pedir la ayuda de esta adalid del cambio para seguir mi guerra contra el hambre, contra la inseguridad alimentaria, quiero recomendar a sumercé para que nos ayude en nuestra tarea diaria de servir almuerzos a más de 300 niños de los barrios más olvidados. Para que el cambio se haga realidad hay que llenar los platos de centenares, de millares de hogares cartageneros que viven en la pobreza absoluta.
Estos son los números, doña Vero: más de 16 millones de los 50 millones de colombianos sufren de una inseguridad alimentaria moderada y severa. Un informe de Naciones Unidas asegura que en 2022, 308 niños menores murieron de hambre y hay casi 22.000 niños que sufren de desnutrición aguda.
Aquí sí necesitamos un cambio total, mi doña. No es posible que una ciudad como Cartagena, que mantiene el puerto más importante del Caribe, que recibe millones de turistas y recaladas de cruceros de todo el mundo, ciudad de matrimonios carísimos, de congresos y visitas de Estado y congresos, tenga que soportar una insuficiencia alimentaria de 450.000 hermanos colombianos.
SALVO BASILE