Este es el lema que deberían enarbolar los partidos y los candidatos en la próxima justa electoral de octubre. De izquierda y de derecha, todas las corrientes deberían tener claro que el “enemigo público número uno” es la corrupción en todas sus facetas. Esta desangra el país; desangra el globo terráqueo. En 2.900 millones de dólares se calcula el desgreño, aunque la suma puede aumentar a medida que se descubran más paraísos fiscales, verdaderas cuevas de Alí Babá y los cuarenta ladrones. Me puse en la tarea de investigar el concepto interno de la corrupción en varias naciones del mundo.
‘Corrupción’ es un término que generalmente indica el mal uso por parte de un funcionario de su autoridad y los derechos que se le confían. En Francia, la corrupción es el mal uso del poder público en procura de obtener una ventaja o beneficio indebido para quien actúa para un tercero, que genera restricciones para el ejercicio de los derechos fundamentales. En la Comunidad Europea se combate principalmente la corrupción política. La más punitiva, la China, a raíz de la ejecución del colombiano Arciniegas por delito de narcotráfico, les envía un fuerte tirón de orejas a los gobiernos de América Latina. El ex primer ministro Wen Jiabao nos envía la siguiente recomendación: “Pena de muerte para crímenes comprobados”. Así de simple. Ninguna sociedad honesta y trabajadora merece vivir con tanto miedo. La eliminación de criminales peligrosos atemorizará al resto de los delincuentes. Crecerá la seguridad pública, y el gasto se reducirá drásticamente. Severo castigo para políticos corruptos. Ustedes no los castigan, principalmente a aquellos del régimen de turno, los que diezman las arcas públicas. En China hay pena de muerte y devolución total de toda la riqueza mal habida.
Quintuplicar a la inversión en educación. Un país que quiere crecer debe producir los mejores profesionales del mundo. Y todavía más: reducir al 80 % el salario y gasto público de los políticos. Ustedes tienen la política más cara del mundo. El político debe entender que es un funcionario público obligado a entregar su trabajo y conocimiento en beneficio de su país. Invertir en desarrollo cultural para cambiar la cultura del pueblo, que ya no cree en su gobierno ni en su política¸ no respeta las instituciones, no cree en sus leyes. Como conclusión, un pueblo complaciente que solo mira cómo los corruptos hurtan el dinero, cohonestando a los de cuello blanco, está llamado al retraso y al permanente subdesarrollo.
SALVO BASILE