A una persona se le suele conceder el estatus de héroe cuando triunfa luchando en contra de adversidades, en defensa de causas socialmente estimadas como ‘nobles’, pero los héroes nunca existen por sí mismos. Para que la historia quede completa necesitan de villanos que provoquen dichas adversidades y de un pueblo que las padezca, para tener así a quien rescatar de aquellos. Pero esta estructura tripartita (héroe, villano y pueblo) no es exclusiva de las historias de ficción, también pertenece a los discursos políticos. Durante los últimos dos siglos, por ejemplo, la derecha colombiana ha prometido defender al pueblo, o más bien a sus élites, de una serie de enemigos internos, abarcando desde republicanos, laicos, socialistas y hasta socialdemócratas, como los que hoy ostentan el poder.
Cuando hace 20 años llegó al poder la más reciente vertiente de la derecha colombiana, el uribismo, el país estaba inundado en olas de violencia, perpetradas por numerosos, actores, incluyendo guerrillas, paramilitares, narcotraficantes y hasta actores estatales. Al mismo tiempo, se trataba de una violencia desencadena por causas estructurales tan complejas como la concentración de la tierra, la ausencia estatal, la falta de garantías políticas para la izquierda y la escasez de alternativas económicas para muchos.
Sin embargo, apoyado en la amplia popularidad que gozó en otros tiempos, el uribismo logró imponer como verdad su propia versión del conflicto, la cual simplificaba el significado de la violencia con una historia de héroes y villanos. Los actores violentos se acotaron a las guerrillas y la violencia dejó de tener causas estructurales para convertirse en el actuar de villanos que solo tenían el objetivo de atormentar a la población civil.
Los logros de la seguridad democrática a la hora de debilitar a las guerrillas son innegables, pero también es cierto que estos logros se llevaron a cabo pagando costos muy altos en términos de derechos humanos. A la vez, la responsabilidad de muchos de los actores armados, en particular la del estado, fue minimizada y poco se hizo por resolver muchas de las causas estructurales que originalmente motivaron la violencia.
Lo que tanto le molesta de esta verdad a la hoy oposición es que deja claro que, sin la complicidad del estado, durante los últimos 50 años, jamás habríamos llegado a semejantes niveles de violencia.
A diferencia de lo que afirman quienes hoy militan en la oposición, el informe de la Comisión de la Verdad no pretende imponer su verdad como doctrina, sino todo lo contrario: pretende derrumbar la doctrina sobre la violencia que, hace 20 años, se impuso como verdad incontrovertible con base en el respaldo popular del uribismo.
Y es que, a la larga, lo que tanto le molesta de esta verdad a la hoy oposición es que deja claro que, sin la complicidad del estado, durante los últimos 50 años, jamás habríamos llegado a semejantes niveles de violencia. Mejor dicho, el informe derrumba la historia de héroes y villanos. Y, ¿cómo fue cómplice el estado? Prohibiendo los partidos de izquierda, participando en el asesinato de líderes de izquierda y de excombatientes que le apostaron a la paz, midiendo los éxitos en términos de seguridad con el número de cuerpos del enemigo, poniéndole trabas, de la mano de terratenientes, a cualquier intento de reforma agraria, dejándonos con un GINI de 0,9 en tierra rural, entre muchas otras cosas.
Esto en ninguna circunstancia excusa los crímenes cometidos por las insurgencias guerrilleras, tan solo pone en evidencia que los abusos cometidos por el estado no fueron hechos aislados perpetrados por individuos que abusaron de su poder, sino que fueron el resultado de una simplificación de la violencia, de la mano de una historia de héroes y villanos. El problema, por supuesto, es que la oposición como proyecto político, en gran medida, se ha construido alrededor de la promesa de erradicar villanos y por eso le tiene tanto miedo a esta verdad, a esta verdad que afirma que sin la complicidad de la estructura social en la que vivimos, quienes llamamos villanos jamás habrían llegado a serlo.
SANTIAGO VARGAS ACEBEDO