El 31 de diciembre, a las 11:58 p.m., todos solemos hacer promesas para el año que está por comenzar. Ya sea perder peso, mejorar una relación o invertir en el autodesarrollo, los deseos son siempre los mismos, pero el resultado casi siempre es el mismo también: la frustración al final del año. Como si fuéramos víctimas de una fuerza invisible que nos impide alcanzar nuestros objetivos. Pero, ¿realmente la culpa es de esa fuerza externa, o será que nos estamos saboteando a nosotros mismos?
Esta semana, mientras tomaba un café con mi amigo Andrés, me confesó la frustración que siente con sus propias promesas de Año Nuevo. Pedimos un ‘espresso’ doble y él comenzó a desahogarse:
“Rebeca, es impresionante cómo todos los años hago promesas para mí mismo y, al final, nunca logro cumplirlas. En 2024, prometí adelgazar, empezar a hacer ejercicio, mejorar mi relación, desarrollarme personalmente… pero en el fondo, parece que estoy atrapado en un ciclo de lo ‘mismo de siempre’. Llego al final del año, me siento culpable y, lo peor, ya empiezo a preguntarme si 2025 será diferente o si voy a vivir otro año sin lograr nada de lo que me prometí”.
Parecía derrotado. Pero, al mismo tiempo, había una esperanza latente en sus palabras, algo que me decía que realmente quería cambiar. “Andrés, ¿qué es lo que realmente quieres para 2025? Porque noto que, muchas veces, las personas tienen sueños, pero no tienen la intención de hacerlos realidad”, le respondí.
“¿Cómo así? Yo quiero cumplir mis sueños, pero a veces parece tan difícil”, dijo él, claramente confundido.
“Te entiendo, pero ¿has actuado de manera diferente a lo largo de los años?”, pregunté. “Tal vez te has convertido en rehén de hábitos antiguos y de la procrastinación. Y, muchas veces, el miedo a vivir lo que realmente deseas acaba saboteándote”.
Andrés hizo una pausa y miró hacia abajo, como si estuviera reflexionando sobre lo que le había dicho. El silencio se extendió por un momento, mientras el aroma del café aún llenaba el aire.
“Sé lo que quieres decir”, dijo finalmente. “A veces me veo repitiendo los mismos errores, tomando las mismas actitudes y esperando resultados diferentes. En el fondo, sé que me estoy saboteando, pero no sé por dónde empezar”.
Sonreí, sintiendo una conexión más profunda en ese momento. “Por eso existe una explicación científica para esto, Andrés. Algunos investigadores de la Universidad de Toronto en Canadá, por ejemplo, estudiaron las promesas de Año Nuevo no cumplidas e identificaron lo que llaman el ‘síndrome de la falsa esperanza’. Descubrieron que las personas a menudo sobreestiman su capacidad de transformación y crean expectativas muy altas sobre lo que pueden lograr en un corto período de tiempo. Esto genera una sensación de frustración y decepción cuando no se cumplen las metas”.
Andrés me miró con atención, como si comenzara a entender. “¿Entonces esto tiene una explicación científica?”.
“Sí, exactamente”, respondí. “Además, otro estudio de la Universidad de Scranton, en Estados Unidos, reveló que solo el 8% de las personas realmente cumplen sus promesas de Año Nuevo. Es decir, el 92% de las personas terminan encontrando excusas o abandonando a lo largo del año. Esto ocurre porque la mayoría de las promesas se hacen con una visión irrealista y, muchas veces, sin un plan concreto”.
Me miró con una sonrisa irónica. “Y yo soy uno de esos 92%, ¿verdad?”.
“Desafortunadamente, la mayoría de nosotros terminamos siendo parte de esa estadística”, dije, riendo un poco. “Pero la buena noticia es que puedes cambiar este ciclo. Comienza con el autoconocimiento. Antes de hacer listas de metas, es esencial entender lo que realmente quieres. Pregúntate: ¿esto es realmente lo que quiero o es solo un sueño para soñar? Muchas veces es más fácil mantener la ‘zanahoria’ frente a nosotros y nunca alcanzarla”.
Andrés se inclinó hacia adelante, como si estuviera absorbiendo cada palabra. “¿Y qué debo hacer entonces?”.
“Primero”, comencé, “limpia el espacio dentro de ti. Deja ir lo que ya no te sirve, no solo en términos de cosas materiales, sino también en cuanto a las emociones y hábitos que te mantienen atrapado. Haz una limpieza profunda: ordena tu entorno físico, porque esto reflejará en tu mente. Libérate de lo que ya no tiene función en tu vida, para que lo nuevo pueda entrar”.
Asintió, reflexionando sobre mis palabras. “Está bien, ¿y qué más?”.
Antes de hacer listas de metas, es esencial entender lo que realmente quieres. Pregúntate: ¿esto es realmente lo que quiero o es solo un sueño para soñar?
“Luego, ten ritmo y consistencia. No intentes cambiar todo de una vez, especialmente al comenzar el año. Cambia poco a poco, con pequeños hábitos diarios. No te preocupes por la velocidad, sino por la consistencia. Evalúa tu rendimiento de vez en cuando y ajusta lo que sea necesario, pero lo más importante es no rendirse”.
“Entendido”, dijo él, con más convicción en su voz. “¿Y qué más?”.
“Piensa en tu propósito. Sueña con algo que impacte no solo tu vida, sino la de los demás. Cuando tienes un propósito más grande, es más fácil levantarte cada día y seguir adelante. Cuando planeas con generosidad, no piensas solo en ti mismo, sino también en los demás. La generosidad es uno de los mayores motores de la vida. Y recuerda, al compartir, multiplicas”.
Andrés permaneció en silencio por un momento, claramente absorbiendo la profundidad de todo lo que le había dicho. Luego, con una sonrisa tranquila, preguntó: “Esto tiene sentido, Rebeca. ¿Algún consejo más?”.
“Sí, no olvides conectarte con la naturaleza. Sal, respira, observa el mundo a tu alrededor. La naturaleza tiene un poder increíble para equilibrar nuestras emociones y recordarnos lo que es esencial. A veces, la vida corre tan rápido que olvidamos detenernos y simplemente ‘sentir’ el momento. Como ahora, en este café, con esta vista increíble y este aroma maravilloso. Eso también forma parte de nuestra salud emocional”.
Andrés miró al cielo, respiró profundamente, como si finalmente se hubiera conectado con el momento. Tomó un sorbo de café y me miró a los ojos. “Sabes, Rebeca, al principio tus palabras me dolieron un poco, porque me di cuenta de que mi mayor enemigo soy yo mismo. Pero, al mismo tiempo, es como un despertar. Sé que puedo hacer las cosas de manera diferente en 2025”.
Sostuve la mano de Andrés, que seguía fría, a pesar de que había dejado la taza de café. “Yo también aprendo mucho de ti, Andrés. Cuando tenemos conciencia, siempre podemos corregir el rumbo, incluso cuando nos desviamos. No negocies el autoconocimiento para 2025, y yo estaré aquí, siempre que lo necesites, para estos intercambios y para nuestro crecimiento mutuo. Los amigos son eso: nos nutrimos y nos ayudamos. Y estoy muy agradecida de tenerte en mi vida”.
Andrés sonrió, una sonrisa genuina de gratitud. “Yo también, Rebeca. Vamos a hacer de 2025 un año diferente”.
Y así, con una nueva perspectiva sobre el futuro, mi amigo se despidió. Estaba listo para entrar en 2025 con una nueva mentalidad, más consciente de sus elecciones y de lo que realmente quería alcanzar.
¿Y tú, cómo elegirás vivir tu 2025? ¿Con promesas vacías o con la verdadera intención de transformación?
REBECA MACEDO DUARTE
Especialista en Inteligencia Emocional, CEO de Divinamente Speakers USA