Justo cuando pensábamos que la televisión estaba en crisis y que las plataformas estaban acabando con todo, aparece el consejo de ministros de Petro para salvar a uno de los mayores inventos del siglo XX. El evento arrasó durante el pasado martes en la noche, al punto de que volvimos a tiempos de Betty la fea, cuando todo el país hablaba de lo mismo; no como ahora, que gracias a cientos de series y redes sociales el rating está atomizado.
Ya sabíamos que el presidente no se pierde Caso cerrado, el programa donde una mujer soluciona al aire diferentes clases de conflictos, pero esta vez el alumno superó al maestro, y ni en sus mejores sueños la doctora Polo hubiera soñado con tener a su audiencia tan cautiva.
Podrá gustarnos mucho, poco o nada el actual gobierno, pero es imposible negar que lo que vimos esta semana en Casa de Nariño, con Petro haciendo disertaciones sobre cualquier cosa, ministros echándose tierra entre ellos y Benedetti anotando en silencio algo en su libreta, es televisión de la más alta calidad.
Es que tuvo la brillantez de Seinfeld, pero de bajo presupuesto, como nos gusta. Porque si en las últimas temporadas de la serie norteamericana le pagaron un millón de dólares por episodio a cada uno de los protagonistas, acá lo más caro de la producción fue la comida con la que alimentaron a los asistentes.
Fue chistoso y decadente al tiempo, pura televisión champán, como los episodios de El Chavo que transcurren en la escuela del profesor Jirafales. También me hizo pensar en Succession, la serie de HBO donde los Roy llevan a cabo reuniones en suntuosos salones de mansiones mientras mueven billones de dólares y deciden el futuro de miles de personas.
Lo que vimos no es solo el nivel de nuestros gobernantes, sino el de los colombianos en general.
Aunque era un Succession barato, eso sí, porque en este caso ninguno de los presentes era dueño del dinero del que disponían; ni siquiera eran dueños de las sillas en las que estaban sentados. A la fecha, lo más grande que yo había visto en televisión era la inauguración de los Olímpicos de Londres en 2012, una superproducción de cuatro horas de duración y más de treinta millones de dólares de presupuesto.
Pero pasadas las risas y la sorpresa, gracias al evento pudimos comprobar por enésima vez que elegimos de presidente a alguien sin estructura que busca el lucimiento personal por sobre todas las cosas y al que se le da más fácil el verbo que la acción. Para ser más claro y no alejarnos de las referencias televisivas, el país votó por el papá de Homero Simpson. Eso sí, en su cabeza debe creerse un Aureliano Buendía, un Pepe Mujica, así como Dayro Moreno debe mirarse al espejo y decir: "Soy Falcao".
Y mucha risa ahora, pero esto no tiene pinta de terminar bien. Y no es que antes fuéramos potencia y ahora seamos un polvorín, pero la idea del cambio era estar mejor que antes y no peor, como afirmó la propia vicepresidenta. Es por eso que durante la transmisión del consejo se me vino a la cabeza una frase de Casino, la película de Scorsese: "Al final lo arruinamos todo. Debió haber sido dulce, pero fue la última vez que a tipos de la calle como nosotros se les dio algo tan valioso". Esto, para explicar cómo en los setenta dos gánsteres supieron arruinar un negocio de sesenta millones de dólares de la época.
¿En manos de quiénes están el país, nuestras pensiones y nuestro sistema de salud? Prohibido enfermarse y prohibido no ahorrar por cuenta propia. Eso sí, nadie me quita la idea de que lo que vimos no es solo el nivel de nuestros gobernantes, sino el de los colombianos en general. Porque podremos quejarnos de su incapacidad, pero no de que no son nuestra exacta representación.
A favor de la izquierda hay que decir que al menos da risa pese al caos; no como la derecha, que además de repulsión da miedo. Cuando vuelva al poder en 2026 y le dé por transmitir sus consejos de ministros, comprobaremos que una reunión suya no es como la escuelita de El Chavo, sino como un cónclave de Lord Voldemort y sus secuaces.