Ahora que está circulando el cuento de la posibilidad de que el expresidente Álvaro Uribe sea escogido como fórmula vicepresidencial por alguno de sus candidatos por cuenta de la prohibición constitucional de la reelección, pues llama la atención que en EE. UU. el presidente Donald Trump esté metido en una estrategia parecida, pero él sí tomándola muy en serio.
Que un presidente de EE. UU. pueda aspirar a un tercer período está expresamente prohibido en la enmienda 22 de su Constitución. En ella se dice que ningún presidente podrá ser elegido para un tercer período. Punto. Pero, claro. No menciona la palabra “sucesivos” y ese fue el primer bejuco que agarraron los reeleccionistas. Sin embargo, es muy clara la expresión de que no podrá ser elegido por tercera vez y es difícil alegar que esta especie de laguna de no mencionar la sucesividad es un permiso. El espíritu de la norma es claro en que en EE. UU. está prohibido que un presidente sirva en un tercer período. Notable excepción fue Franklin D. Roosevelt, quien fue elegido por cuatro mandatos (1933-1945), fallecido tres meses después de asumir su cuarta presidencia: aún la prohibición no existía.
¿Qué tan serio es Donald Trump en su aspiración?
Pues en varias entrevistas Trump ha dicho que él sí aspira y que no está bromeando. Para ello se ha mencionado la posibilidad, por ejemplo, de que en el 2028 se lance su actual vicepresidente, J. D. Vance; que lleve a Trump como fórmula vicepresidencial y que luego de un tiempo Vance renuncie, con lo cual Trump asumiría la presidencia sin haber violado la enmienda 22, pues no fue elegido directamente presidente sino que accedió al cargo.
Que un presidente de EE. UU. pueda aspirar a un tercer período está expresamente prohibido en la enmienda 22 de su Constitución
“Esa es una forma”, respondió Trump al ser interrogado al respecto. “Aunque también hay otras…”.
Pues necesariamente debe buscarse “otras”. Porque la enmienda constitucional número 12 dice: “Ninguna persona constitucionalmente inelegible para el cargo de presidente será elegible para el de vicepresidente”. De manera que por ahí tampoco es.
Vamos, entonces, a un tercer camino. Consistiría en que se haga nombrar secretario de Estado en el 2028, bajo un gobierno títere. ¿Y aquí cómo funcionaría la cuestión?
Dicen en EE. UU. algunos juristas que este camino sería más difícil que pasar, no ya un camello, sino un elefante completo, como aquel de la sala de monseñor Rubiano, por el ojo de una aguja.
Imagínense el castillo de naipes que habría que construir: poner a Vance de presidente; escoger a un vicepresidente de bolsillo y que con ambos se haya acordado previamente la respectiva renuncia. Pero es que en las normas constitucionales sobre la línea de sucesión a la presidencia en EE. UU., el cargo de secretario de Estado ocupa el cuarto lugar. A falta del presidente, primero viene el derecho de sucesión del vicepresidente, segundo el del ‘speaker’ (vocero) de la Cámara y tercero el del presidente ‘pro tempore’ del Senado. Y con todos habría que tener el mismo acuerdo: que sean de bolsillo, y por esa vía Trump no estaría violando ni la enmienda 12 ni la 22.
Desde 1789, en nueve casos un vicepresidente ha ocupado la presidencia en EE. UU. Ocho por muerte del titular y una por renuncia. Pero ni en una sola oportunidad lo ha hecho ni el ‘speaker’ de Cámara ni el presidente del Senado. Si Trump lograra semejante hazaña (y él ha demostrado, para qué, ser capaz de derrumbar las barreras más sagradas), estaríamos frente a un malabarismo bastante inmoral.
Por fortuna, más factible lo del elefante…
Entretanto… Dos cosas del Partido Conservador que merecen comentario. Una: la inaudita asonada que del Pacto Histórico, sin permiso de la alcaldía para una marcha o algo semejante, hicieron con presencia y violentas arengas verbales frente a la residencia en Cartagena de la presidenta de la comisión séptima del Senado, Nadia Blel. Están amedrentando al Congreso inauditamente, ya que la senadora no solo es presidenta de la corporación, sino que tiene en sus manos la reforma de la salud. Solidaridad total. A propósito: ¿ni una palabrita de reproche de Petro sobre la asonada a la residencia de la senadora Blel? ¿A eso será lo que llaman en este gobierno libertad de protesta? ¿El voto de un congresista es inviolable, salvo que el violador sea Petro? ¿Ahora hasta nuestras casas llegarán a cobrarnos nuestras opiniones? ¿Será verdad que el ministro del Trabajo, Antonio Sanguino, estuvo un rato entre los cerca de cien presentes, que algunos llamaron una protesta de “cuatro gatos”?
La segunda fue la manera jocosa como el senador Fincho Cepeda le respondió al presidente Petro sobre sus acusaciones de que le quiere dar un golpe. “Me lo ha dicho ya cuatro veces”, dijo. “Si me ofrece la presidencia la quinta vez, la tomo”, y soltó la carcajada, ridiculizando los delirios golpistas de nuestro primer mandatario.
MARÍA ISABEL RUEDA