Tienen en común que la alegría sincera que poseen hacen que sus ojos no les puedan brillar más. Eso sí, van desde los más peinados con carrera, trenzas o gomina a los despelucados que delatan que el día ha cumplido la promesa de ser una aventura. Y como si eso fuera poco, les aparecen esas sonrisas genuinas y sin límites que se abren incluso entre hoyuelos y, que si es la edad justa, muestran el mejor mueco sin disimulo. Así son los niños del secreto que les quiero contar.
En un mundo de contrastes en el que hablamos de cambios en las formas de vida, resultado del potencial y las exigencias de la tecnología, hay una historia distinta y mágica que merece atención. Todo empezó con el “señor misterio” que se sintió conmovido por la inequidad que aísla el camino de la imaginación en el campo colombiano. Discretamente empezó a regalar libros sin proyectar la repercusión que trae empoderar la curiosidad, el conocimiento y la libertad. Desde entonces existen cantidades de ediciones que llegan a los inquietos seres “abrazalibros”.
Todo comenzó con la visita de los jóvenes “cargalibros”. Talleristas expertos vestidos de camiseta azul impresa en la espalda, una imagen que parece una estampilla promesa de una carta por llegar y que en texto blanco sobre naranja deja leer: ‘Secretos para contar’. Ellos se mueven por el amor a Colombia y transportan a sus espaldas fantasía y sabiduría recorriendo caminos, escalando montañas y navegando ríos, llegando a los lugares más alejados de Antioquia, donde esperan entre brincos los traviesos que con favoritismo claro mueren por saber de las extrañas criaturas del mundo que nos ponen “con los pelos de punta”.
¿Cómo medir la transformación de un niño rural colombiano y su familia cuando los libros de Secretos para Contar llegan y los abrazan mientras afirman que son los únicos libros que han tenido?
En el mundo adulto. Ya volveremos a las historias de terror o al día que Antonio, Gabriel y Carlos, siendo amigos desde pequeños, pelearon por plata y les dio mucha pena, pero aprendieron a conversar, o a las aventuras de Flora, que nos enseña a ser guardianes del planeta. Bueno, el mundo adulto. Secretos Para Contar es una fundación privada que “a partir de la creación editorial, el fomento de la lectura y el desarrollo de programas educativos, pensados y diseñados para las poblaciones rurales, busca crear experiencias educativas y culturales desde la alegría, el respeto y el conocimiento para generar el bienestar a los habitantes del campo colombiano”.
Resultados concretos. Cada dos/tres años visitan las 4.200 veredas que hacen parte de los 125 municipios de Antioquia. En 20 años de existencia han beneficiado a 213.000 familias y 12.000 maestros entregando más de 8 millones de piezas de material pedagógico que presentan en una estrategia integral donde trabajan con estudiantes, maestros y familias que “conocen, escuchan e inspiran” para presentarles “reflexiones en el contexto personal, familiar, social y universal”.
Resultados intangibles. ¿Cómo medir la transformación de un niño rural colombiano y su familia cuando los libros de Secretos para Contar llegan y los abrazan mientras afirman que son los únicos libros que han tenido? Sí. Eso pasa. ¿Cómo calcular el conocimiento, por ejemplo, en el manejo de técnicas que hacen productivo el campo, los oficios que traen ingresos, la salud que fomenta el bienestar, el amor propio y la resolución de conflictos que enseña a ser mejor ser humano?
La fundación, seria, hace constantes mediciones de resultados, pero en mi opinión nunca podrá saber cuánto ha sido el valor de despertar la imaginación, el criterio y la libertad. Es por eso que les cuento este secreto, porque de los momentos que llegan y hacen hermosos y valiosos los días es cuando aparece un mensaje de los “abrazalibros”. Y esa felicidad no puede ser solo mía.
Transparencia. Hago parte del consejo asesor de Secretos para Contar.