Nos hemos vuelto silenciosos, como si ya no nos doliera o indignara el desgobierno después de tanta desesperanza. Acabaron con los subsidios que servían para que la juventud tuviera movilidad social –los que nos permitían comprar cajitas de zapatos para vivir en la capital, los que apoyaban los estudios e investigaciones para crear ciencia colombiana– y aumentaron la tasa de préstamo para estudios hasta volver el Icetex un banco más.
Adicionalmente, desfinanciaron el CNE para poner en riesgo uno de los logros de las marchas del 21, que fueron las elecciones a Consejos de Juventud. Nos hemos dejado quitar el avance que habían propuesto otros gobiernos para que las voces jóvenes fueran escuchadas en los poderes locales y para que se frenara la migración masiva de mi generación. Aun con todo lo anterior, con estas desmejoras en nuestra calidad de vida y proyección al futuro en el país, la juventud está silente.
“¿Por qué ya no marchamos?”, reclama la oposición mientras se apresuran a asegurar que nuestro movimiento social estuvo imbricado o fue producto de disidencias y grupos al margen de la ley. Quiero responderles. Entendemos la realidad económica del país, vemos con extrañeza el presupuesto más alto aprobado para un gobierno, la ejecución más baja, el logro de los objetivos y propuestas más mediocre, y el olvido de un gobierno por los jóvenes cuyas banderas expropió solo como rédito político. Entendemos, además, que los líderes de juventud dejaron que los cargos desaparecieran con su gestión esporádica, momentánea e invisible. Pero la razón de no marchar no ocurre por condescendencia del entendimiento, nos quedamos en casa por otros motivos.
Nos hemos dejado quitar el avance que habían propuesto otros gobiernos para que las voces jóvenes fueran escuchadas en los poderes locales y para que se frenara la migración masiva de mi generación
Sin duda, el avance de la derecha en el mundo se siente. Muchos son los jóvenes que se encuentran descontentos con las políticas de izquierda, con los gobiernos que las gestan y las proponen, pero dudo que el descontento sea con la ideología misma. Como generación no nos hemos permitido olvidar que el objetivo sigue siendo el bienestar social y ambiental, pero nos hemos dado cuenta de a pocos de que marchar no sirve de nada mientras los gobiernos se atrincheren en su posición, se apropien de nuestras luchas o se preocupen únicamente por medir quién llenó más una plaza. Así como ocurrió en Barranquilla hace unos meses, cuando el pueblo salió a marchar contra el Gobierno por los servicios públicos y el mismo Gobierno enarboló banderas en su contra para modificar la narrativa. El cambio a la derecha ocurre también cuando decidimos gestar a través de la generación de empleo, emprendimiento y demás acciones, transformar el mundo sin alzar la voz.
Quienes no luchan haciendo, proponiendo o exponiendo en redes son víctimas de la inercia de una creciente desesperanza y falta de pertenencia con el país. Tienen una desconexión radical con el entorno que los lleva a vivir mejor y más cómodamente en cuanto menos sepan de lo que aquí nos ocurre. Y así, de a pocos, se van envalentonando para en el mejor de los casos huir de aquí: migrar, perseguir sus sueños o culminar sus estudios lejos de casa.
Como Neruda a su amante, a la juventud me gustaría decirle que “Me gustas cuando callas porque estás como ausente. / Distante y dolorosa como si hubieras muerto”. Pero no para afirmar que me gustan la parquedad y la distancia con la que ahora languidecemos y padecemos este gobierno provocador e irrespetuoso que cada vez es menos nuestro, sino con el afán de decirles que, si no marchamos, luchamos o exigimos, si volvemos la indignación paisaje, cada día será más difícil recuperar a nuestro país de la debacle y llevarlo al lugar que todos soñamos. La fuerza de la juventud tiene que estar en su descontento, en su capacidad de mostrar y marcar el camino por el futuro. Si callamos, dejaremos morir nuestro sueño para Colombia.
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR