La realidad es incuestionable: basta ver los impresionantes incendios de California con los que se inició el año. Los huracanes devastadores de 2024 y las canículas –subidas extremas de la temperatura– que se vivieron en diversos puntos del planeta. Mucho más cerca, la alteración de los ciclos de lluvias del país que tiene desde hace varios meses a Bogotá con racionamiento de agua; y las perspectivas, como está claro en el otro texto editorial de hoy, no son halagadoras.
Esto por si quedan dudas de lo que trae consigo el aumento de la temperatura promedio del planeta como consecuencia de la acción humana. Impresiona el dato revelado por el programa Copernicus, de la Unión Europea, de que la temperatura de la Tierra en 2024 aumentó 1,6 grados centígrados en comparación con la de la época preindustrial. Ha sido el año más caliente desde que se tienen registros.
El dato coincide con los desalentadores anuncios del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, un negacionista del calentamiento, para que su país dé marcha atrás en todos los frentes donde venía liderando acciones de adaptación y lucha contra el aumento de las temperaturas. Comenzando por un nuevo retiro de la segunda economía que más gases de efecto invernadero emite del Acuerdo de París, que es una hoja de ruta para que los firmantes se comprometan con acciones para que la temperatura no aumente más de 1,5 grados.
El panorama es, en principio, desalentador. No obstante, da algo de esperanza constatar que cada vez hay más conciencia sobre la necesidad de hacer algo en diferentes esferas, empezando por las empresas. Que el planeta haya alcanzado la tenebrosa cifra de 1,6 grados en 2024 no implica necesariamente que la causa esté perdida. Aún hay margen de acción, y mientras exista es un deber ético actuar en la medida de las posibilidades de cada quien.