Una de las primeras medidas tomadas por Donald Trump en su segundo periodo fue retirarse de los compromisos climáticos consagrados en el llamado Acuerdo de París. Y esta semana, Estados Unidos se alejó de otro pacto originado en la Ciudad Luz. Esta vez se trató de un convenio alrededor de un tema tan relevante como la lucha contra el cambio climático, e incluso relacionado con ella: la inteligencia artificial.
En la capital sa se llevó a cabo la Cumbre de Acción para la Inteligencia Artificial (IA), un encuentro que reunió a jefes de Estado, industriales, académicos, artistas y representantes de organismos multilaterales para discutir alrededor de esta naciente tecnología que entusiasma, al tiempo que preocupa, al mundo.
La intención era llegar a acuerdos sobre la gobernanza de la IA para que sea "abierta, incluyente, transparente, ética, segura y confiable". Esta herramienta ya comienza a afectar casi todos los frentes de la actividad humana: la educación, la industria, las comunicaciones, la medicina, el derecho, los servicios, la seguridad, etc.
Estados Unidos es el líder en este campo, seguido de cerca por China, que ha hecho importantes avances en las últimas semanas. Y ese país, dijo su vicepresidente, J. D. Vance, buscará preservar la "ventaja americana" en la IA, valiéndose para ello de algoritmos de frontera y microprocesadores diseñados y fabricados en su territorio. Añadió que un exceso de regulación "mataría" la IA.
No le conviene al planeta que EE. UU., el líder en este campo, les dé la espalda a los mecanismos de coordinación internacional en esta materia.
Con esas palabras tomó distancia de los demás participantes en la cumbre, que defendían un mayor nivel de regulación para la industria. Al final, sesenta países firmaron el compromiso, mientras que EE. UU. y el Reino Unido se abstuvieron.
No le conviene al planeta que EE. UU. les dé la espalda a los mecanismos de coordinación internacional en esta materia. La IA promete un gran salto para la humanidad en conocimiento y productividad, pero también encierra riesgos considerables. Una IA sin regulación podría provocar perturbaciones sociales, al automatizar millones de puestos de trabajo que no serían reemplazados rápidamente. También podría convertirse en una fuente abrumadora de desinformación, desvalorizando el saber humano y amenazando la integridad de la democracia. Y, en malas manos, la IA podría usarse para desarrollar nuevas armas letales, desde drones para cometer asesinatos por control remoto hasta agentes biológicos de alcance masivo.
De forma análoga a su posición en relación con el cambio climático, la Casa Blanca de Trump prefiere actuar por su cuenta, movida por sus intereses, en vez de participar en esfuerzos coordinados para regular temas que requieren cooperación internacional. De hecho, la IA también está implicada en la causa climática, pues su enorme consumo energético conlleva un impacto ambiental. Si la electricidad que consumen los grandes centros de datos y los algoritmos no se genera de manera sostenible, la IA podría agravar por sí sola el calentamiento global.
Por estas razones, hay que lamentar la posición tomada por Washington y hacer votos para que cambie de rumbo. Solo la cooperación entre naciones, sobre todo las más avanzadas, puede hacerles frente a los desafíos del momento.