La obesidad ha emergido como una crisis de salud pública global, con cifras alarmantes. Según el informe emitido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) –en la semana que dicha agencia dedica para tratar este asunto–, más de mil millones de personas en el planeta presentan esta enfermedad; es una cifra que ha aumentado exponencialmente desde 1990, a tal punto que sus tasas se han duplicado en adultos y, lo que es más grave, en niños y jóvenes se han cuadruplicado.
No sobra decir que la obesidad se define en adultos como un índice de masa corporal (IMC) igual o superior a 30 kg/m², y los datos del estudio muestran que el 43 % de esta población tiene franco sobrepeso. Este cambio en el (IMC) se ha observado en más de 220 millones de personas en más de 190 países, lo que refleja una peligrosa proclividad hacia hábitos de vida poco saludables.
Lo cierto es que las consecuencias de la obesidad son devastadoras y mortales. En Europa, por ejemplo, el sobrepeso y la obesidad son responsables de más de 1,2 millones de muertes al año, y aumentan el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, enfermedades respiratorias crónicas y varios tipos de cáncer que sumados arrasan con millones de años de vida saludable. Además, las personas con sobrepeso y obesidad se han visto desproporcionadamente afectadas por las consecuencias de la pandemia de covid-19.
Es crucial abordar las causas subyacentes de la obesidad, que incluyen factores socioeconómicos, culturales y ambientales.
Para empezar, resulta fundamental desmedicalizar el problema y abordarlo desde edades tempranas en todos los espacios, promoviendo de manera rigurosa hábitos de vida saludables que incluyan dietas equilibradas, la práctica regular de actividad física y la génesis de espacios y conductas ‘antiobesogénicas’. Esto requiere la colaboración decidida de gobiernos en todos sus niveles, comunidades, organizaciones de salud pública, legisladores y el sector privado para diseñar y llevar a la práctica políticas basadas en evidencia que promuevan entornos saludables.
Además, es crucial abordar las causas subyacentes de la obesidad, que incluyen factores socioeconómicos, culturales y ambientales. Esto puede implicar abrir la discusión sobre cómo abordar el tema de la publicidad de alimentos poco saludables, la promoción de la actividad física en entornos escolares y laborales, y la creación de ambientes urbanos que fomenten estilos de vida activos y saludables.
En Colombia la situación no es diferente. Según la última edición de la Encuesta Nacional de Situación Nutricional (Ensin), una cuarta parte de los niños de entre 5 y 12 años tiene exceso de peso, y alrededor del 18 % de los adolescentes tienen riesgo de sobrepeso y obesidad, sin dejar de lado que más de la mitad de la población adulta registra sobrepeso, lo que exige acciones urgentes.
Esta es una crisis de salud pública que requiere una acción concertada a nivel global y local. Todo bajo la premisa de que con medidas efectivas, sostenidas y vigiladas a partir de indicadores claros se puede prevenir y controlar este flagelo. Es hora de tomar decisiones audaces y urgentes para abordar la crisis que plantea esta ‘globesidad’ y garantizar un futuro más saludable en términos de humanidad. Capítulo ineludible, en momentos en que el país habla de reformas del sistema sanitario.