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Al comenzar el año, y aún en pandemia, las manifestaciones culturales son motivo de esperanza.

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Si hablamos de lo que vendrá en el mundo de la cultura durante este año, si hablamos de los festivales, de las exhibiciones, de los estrenos y de los lanzamientos en los meses por venir, estamos preguntándonos necesariamente por la creación y por la respuesta de los auditorios en medio de la pandemia.
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¿Seguirán las librerías, las editoriales y las voces literarias respondiéndole a la crisis con semejante coraje? ¿Volverán a ser confiables los conciertos multitudinarios? ¿Qué tanto conseguirá el cine, que al final del año tuvo un estruendoso repunte con la llegada de Encanto y de la nueva entrega de Spider-Man, volver a las taquillas de hace un par de años? ¿Se habrá aprendido la lección del covid, una lección de resistencia e ingenio, en los terrenos culturales?
Comienza el 2022 con la durísima confirmación de que se está yendo la generación de virtuosos que nos lo enseñó todo: ayer vino, de Estados Unidos, la noticia de la muerte del cineasta Peter Bogdanovich y el actor Sidney Poitier, y aquí en Colombia nos sorprendieron los obituarios del notable periodista y escritor Andrés Salcedo y del veterano actor Edgardo Román, y al interrogante sobre el futuro de las artes en el tercer año del covid, y sobre la energía que les queda a los creadores y a los gestores culturales para reinventarse entre la bruma del virus, hubo que sumarle la resignación ante el hecho de que ahora les corresponde a los discípulos asumir el lugar de los maestros.
No es un futuro oscuro el de los escritores, los cineastas, los músicos. Volverá la presencialidad, pero seguirán abriéndose caminos en la virtualidad.
¿Seguirán dando frutos, en términos de recuperación económica y de reivindicación de las voces que nos narran, las respuestas valerosas e inteligentes de las secretarías de Cultura de todo el país? ¿Conseguirán las fiestas nacionales y los festivales seguirse renovando, rediseñando, luego de haberse puesto al día en las herramientas digitales? ¿Cómo equilibrar la necesidad de poner en escena la cultura, que no solo sostiene tantas almas sino que financia tantas vidas, con la obligación –en medio de la multiplicación de los contagios– de replantear los aforos y los acercamientos de los autores con sus públicos?
Todo parece indicar que la reactivación seguirá dándose, que, estimulados por la revolución digital, continuarán fortaleciéndose las redes de creadores, los clubes de lectura, las páginas de internet de las librerías, las exposiciones de arte, las plataformas de series y de películas. Todo parece indicar que las voces femeninas, en todas las artes y todos los estamentos de la cultura, seguirán equilibrando y vigorizando y poniendo a la altura de sus agudezas los relatos que recibimos. No es un futuro oscuro el de los escritores, los cineastas, los músicos. Volverá la presencialidad, como ha estado volviendo, pero seguirán abriéndose caminos en la virtualidad.
Las manifestaciones culturales son, precisamente, expresiones de creatividad, de esfuerzo, son mensajes de esperanza para la sociedad. Han sido más evidentes que nunca, en estos últimos dos años, la necesidad, la pertinencia y el coraje de la cultura. Han sido esperanzadoras las reacciones de los creadores, de los gestores y de los auditorios. Cabe esperar, entonces, que el 2022 sea un paso firme en esa dirección.
EDITORIAL

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