Bogotá tiene en su seno miles de aspectos, muchos de estos a veces desconocidos por quienes en ella habitamos. Es posible que en ocasiones se mire más lo que impacta, lo que perjudica, que lo que hay de positivo y, si se quiere, de sorprendente. En plena capital de la república, en medio de los odiosos trancones, de obras por doquier, de barrios antiguos y urbanizaciones nuevas, hay verde, hay parques, cada vez más árboles, por fortuna, y hay humedales. Más de los que se cree.
Con ocasión del Día Mundial de los Humedales, que se celebró el domingo pasado, los bogotanos se enteraron, a través de este diario, de que en el suelo bogotano hay 17 de ellos. Once con categoría Ramsar. Es una magnífica noticia. Porque estos ecosistemas, que ya anhelan otras urbes, incluso otros países en medio del mensaje devastador que nos está enviando el cambio climático, son pulmones, fauna, flora y vida.
Pero desafortunadamente tienen enemigos. Uno de los principales son los escombros, las demoliciones, las basuras y la falta de cultura ciudadana. Impresiona el dato que dio la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, de que el año pasado fueron retiradas de estos espejos de agua 2.538 toneladas de residuos, además de 1.814 llantas. Y que su mantenimiento nos costó más de 6.400 millones de pesos.
Por ello, hay que resaltar obras como las de los humedales Juan Amarillo, Córdoba y Jaboque, que si bien generaron dudas por parte de autoridades ambientales, como el Ministerio de Ambiente, el hecho es que han contribuido a mejorar su estética, a que se les aprecie mejor, inclusive a que sean fuentes de turismo, que debe ser otro buen propósito.
La Alcaldía y la ciudadanía tienen que hacer causa común para defenderlos. No se pueden invadir ni contaminar, porque además conllevan el peligro de inundaciones. Así que estos tesoros a nuestros pies son demasiado valiosos y no pueden quedar a la buena de Dios, expuestos a los desechos.