“Cuando están cansados, tensos o preocupados, algunos padres gritan a sus hijos por la impotencia que les produce que no les hagan caso o que les respondan de manera inadecuada”, señala el orientador de padres y profesor de educación secundaria Francisco Castaño.
Castaño es cofundador del proyecto ‘Aprender a educar’ (que se encuentra en la página web www.aprenderaeducar.org), una iniciativa que sensibiliza a los padres sobre la importancia de formarse para educar a sus hijos. También es autor del libro 'La mejor versión de tu hijo', que ofrece herramientas y pautas para ayudar a niños y adolescentes a ser la mejor versión de sí mismos.
“Las claves para ayudar a nuestros hijos a desarrollar todo su potencial son: una buena comunicación, fijarles los límites adecuados, darles mucho cariño, predicar con el buen ejemplo e inculcarles unos valores acordes con nuestras creencias. Levantarles la voz no va en esa dirección”, analiza Castaño.
Señala que los gritos “no consiguen respeto ni obediencia y tampoco son una estrategia educativa, porque los hijos suelen responder en ese mismo tono de voz aprendiendo a resolver sus conflictos de la misma manera: gritando a hermanos, amigos, abuelos y otras personas de su entorno”.
En ese sentido, lo que hay que tener en mente en momentos tensos es que gritar y hablar con agresividad logra el efecto radicalmente contrario al que los padres le apuntan.
“Los padres y madres gritamos para que nuestro hijo haga o deje de hacer algo, pero no deberíamos hacerlo nunca, porque en el grito no hay explicación ni comprensión, solo reproche”, expone Castaño.
Explica que con esa actitud “nuestros hijos no aprenderán por qué deben o no ‘hacer eso’, y su respuesta será la de ocultar sus acciones en el futuro para que no los pillen ni les griten”. Es decir, a largo plazo, los efectos también son negativos.
“Además, los gritos aturden y producen miedo, y pueden hacer que los niños obedezcan durante un tiempo, cuando son pequeños, pero a medida que crecen dejan de ser efectivos”, añade Castaño.
“El problema puede agudizarse en la adolescencia, llegando a que cada palabra sea como un chispazo que haga estallar una discusión, o haciendo que nuestro hijo asuma una actitud sumisa y triste que luego, fuera de casa, se traduzca en conductas de riesgo debidas a la baja autoestima que le provocó la agresividad”, advierte.
Castaño reconoce que evitar los gritos en casa exige un gran control de las emociones propias y requiere entender cómo se comportan los menores en función de su edad. Saber qué actitudes son propias de cada etapa del crecimiento ayuda a los padres a ser mucho más comprensivos y a saber qué esperar en cada momento.
“Si nos ponemos en el lugar de un adolescente enfadado porque no le hemos dado permiso para salir un día entre semana, entenderemos mejor su emoción de frustración y enfado”, puntualiza.
Para Castaño, lo más habitual es que nuestros hijos no hagan las cosas simplemente para hacernos enfadar, llevarnos la contraria o hacernos la vida más difícil. Según el experto, hay muchos otros motivos por los que un menor se siente atraído a hacer o dejar de hacer algo; por ejemplo, que lo que estén haciendo les gusta mucho o que no sepan qué está bien o qué está mal”.
Las claves
“Es importante que entendamos cómo se comporta particularmente nuestro hijo o hija en sus circunstancias particulares, lo que supone conocerlos bien y solo es posible a partir de una buena comunicación”, señala.
Para ello, el gran instrumento educativo del que disponen los padres es ponerse en el lugar del hijo para comprender sus motivos y establecer unas normas de comportamiento claras y adecuadas a su edad y personalidad, según este orientador.
“A partir de esa comprensión conseguirán que su reacción ya no sea la de escandalizarse o enfadarse ante una conducta inadecuada, y tendrán menos motivos para gritar”, asegura.
Aunque aclara que “esto no significa que deban justificar o tolerar que su hijo no haga caso, les conteste de malos modos o les insulte o descargue su frustración golpeando las puertas de casa”.
Cuando un hijo o hija incumple una norma, Castaño recomienda poner en práctica el método o el sistema de ‘normas, límites y consecuencias’, “uno de los pilares para cultivar la mejor versión de nuestros hijos y que hace totalmente innecesario gritar”, señala.
“Este método consiste en que los padres expliquen al hijo dos o tres motivos (en beneficio del hijo) por los cuales este tiene que cumplir una norma o un límite, indicarle la consecuencia que conllevará el incumplimiento de dicha regla y mantenerse firmes haciendo cumplir la consecuencia establecida”, afirma.
“Establecer con claridad, de antemano y sin excesiva severidad, con una buena dosis de cariño y buen ejemplo, una normas y límites, así como unas consecuencias previstas y estables si no se respetan o cumplen la reglas establecidas, es una de las principales estrategias para educar a nuestros hijos e inculcarles valores en un contexto de convivencia feliz”, enfatiza.
Y ejemplifica: “Si no cumple una norma, no hay que enfadarse ni perder los nervios, sino aplicar la consecuencia prevista, como, por ejemplo, decirles: ‘Hasta que no recojas la ropa (o los juguetes o la mesa...) no podremos ir al parque”.
“O ‘si te pasas con los videojuegos entre diez y quince minutos (del tiempo establecido para jugar), mañana comenzarás a jugar media hora más tarde y, si te pasas más de quince minutos, no tendrás el dispositivo durante dos días’ ”, añade como idea.
Castaño recalca: “Tenemos que hablar a nuestros hijos utilizando un tono de voz bajo, serio y tranquilo, manteniendo la calma para transmitírsela y teniendo claro que el problema no son ellos, sino una conducta que deben modificar”.
MARÍA JESÚS RIBAS
EFE REPORTAJES