El término cónclave significa 'con llave'. Se usó en 1268 ante la incapacidad de los cardenales de nombrar al sucesor del papa Clemente IV, razón por la cual fueron encerrados hasta que llegaran a un acuerdo. En 1271 Gregorio X fue elegido, y en adelante se decidió usar este método para elegir a los papas y evitar así presiones externas.
Pero detrás de un cónclave hay otro propósito fundamental. Su fin es tomar decisiones frente a la sucesión del poder. Es un ejercicio deliberativo que cumple una función instrumental: definir el ejercicio del mando. El encuentro del Presidente con sus ministros esta semana parece ir encaminado en esa misma dirección.
Los ejercicios de planeación son comunes. A 18 meses de acabarse el mandato, con niveles de ejecución por debajo de lo esperado, un precario respaldo en el Legislativo y un presupuesto que obliga a realizar recortes en proyectos importantes, estos espacios adquieren relevancia. Sin embargo, la sensación que deja el "cónclave" es otra. Detrás podría alentarse un designio de no menor envergadura: trazar una estrategia para mantenerse en el poder en 2026.
Ojalá que el criterio que prime en lo que resta de mandato sea el bienestar general y no la capitalización electoral de unas pocas ejecutorias.
En un sistema que no ite la reelección es legítimo que el presidente, a través de los de su organización política, intente prolongar o consolidar su dinastía política. Las reglas de la democracia lo permiten. Eso no es un pecado, pero debería declararse de manera transparente si lo que ocurrió esta semana tuvo dicho propósito. En todo caso, los hechos de gobierno de ahora en adelante develarán por sí solos su servidumbre a un objetivo político único.
Un rutinario ejercicio de planeación, cuando se está ad portas de tener un relevo de por lo menos la cuarta parte del gabinete, parecería inocuo. Se sabe que muchos ministros tienen aspiraciones electorales y que al Gobierno le interesa que figuras de peso puedan salir al ruedo a enarbolar las banderas del progresismo.
El éxodo ministerial significará la considerable depreciación de un gabinete cada vez menos plural, carente de protagonistas y con una capacidad política limitada, lo cual hace pensar que las metas trazadas en el "cónclave", más que ajustes para el cumplimiento del programa de gobierno, puedan estar guiadas por un criterio eminentemente electoral. Serán ejecutadas por un equipo poco proclive a cuestionar decisiones; uno más bien dispuesto a cumplir las órdenes sin miramientos. Es probable que se prioricen acciones y planes que resulten útiles para consolidar el proyecto político del Pacto Histórico con miras al 26. Es posible entonces que el cónclave haya sido, expresa o tácitamente, el primer encuentro del equipo de campaña progresista. Lo preocupante sería que esa campaña se realice con recursos públicos que deberían destinarse a suplir las necesidades del pueblo. Su instrumentalización podría conllevar que las obras, subsidios y programas, en vez de generar multiplicadores de bienestar social y cumplir el mandato constitucional, sirvan como meros multiplicadores de apoyos electorales sacrificando proyectos menos rentables pero más urgentes para el país y sus distintas comunidades.
Las discusiones en los cónclaves son secretas. Lo que allí se discute y las formas como se define la sucesión del poder quedan también bajo llave. Nunca se sabrá si la reunión de esta semana fue un mero ejercicio interno de rendición de cuentas o el inicio de la campaña del Pacto Histórico. Lo único que queda claro es que ya con el sol a las espaldas será difícil que el Gobierno logre materializar todas sus promesas. Ojalá que el criterio que prime en lo que resta de mandato sea el bienestar general y no la capitalización electoral de unas pocas ejecutorias. Si lo que sigue es servirse del Estado y no servir al Estado, ningún cambio se habrá producido.