‘Si alguien te demuestra quién es, créele la primera vez’ / De tu lado con Álex

Nos empeñamos en pretender que la gente es como nosotros. Y después nos decepcionan.

Los problemas que no se resuelven y en apariencia no generan ningún impacto producen sentimientos como el rencor, la rabia, el dolor y el resentimiento, que pueden acabar fácilmente con la alegría de compartir, haciendo que la convivencia se torne aburrida y frustrante. Foto: 123rf

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Primera escena: una mujer sale con un hombre en una primera cita. La recoge una hora y media tarde sin dar ninguna excusa clara. En la cena él ha pasado más tiempo mirando y chateando en el celular que hablando con ella. No es muy cortés ni con el mesero ni con ella. Se pasa de tragos, pero ella habla y habla. Al final de la noche la lleva a la casa, no la acompaña a la puerta sino que se despide de lejos diciéndole: “Ciao!, ojalá estés bien”.
Segunda escena: nuestra amiga llama a su amiga y le dice: “¡Salí con un hombre maravilloso! Llegó un poquito tarde, no habló mucho porque seguramente tenía problemas con el trabajo. Se tomó muchos tragos, probablemente porque estaba nervioso, y le llamó la atención bien duro al inepto del mesero, pero lo importante es que creo que le gusté y me muero de la emoción de que me vuelva a invitar”.
¿Ah? Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. La escritora y poeta estadounidense Maya Angelou escribió una frase majestuosa: “Si alguien te demuestra quién es, créele la primera vez”. Y esto no solo pasa en las relaciones amorosas, también en los negocios y en las amistades. Nos empeñamos en pretender que la gente es como nosotros, que debe ser así, en vez de quienes realmente son. Y después nos sorprendemos cada vez que nos decepcionan por ser auténticos.

Si son frecuentes los problemas con su pareja, producto de las fantasías sexuales, esto también puede ser un llamado. Foto:123rf

Resulta que el problema no radica en los terceros sino en nosotros mismos. Creemos que poseemos el poder de amoldar a los otros, ya sea a punta de cantaleta o, incluso, a punta de amor.
De alguna manera preferimos dudar de nuestro criterio por miedo a ser asertivos y esbozar nuestra inconformidad o por el pánico de alejarnos a quedarnos solos. Otros tenemos el ego tan inflado que pensamos que somos especiales y podemos lograr una metamorfosis magistral en cualquiera que cruce nuestro camino.
Demasiadas mujeres se hubieran ahorrado una vida entera de maltrato si desde el primer grito o el primer empujón hubieran entendido que la única solución al problema de la agresividad es salir corriendo y no esperanzarse en poder cambiar a su agresor.
A las personas hay que mirarlas como si fueran Charlie Chaplin en una película muda, hay que juzgarlas por sus actos más que por sus palabras y sus buenas intenciones, y cuando revelan su verdad hay que creerles.

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