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Cien años de soledad: la novela que 'nos cambió la vida a todos'
¿Cómo fue la creación de la novela cumbre de Gabriel García Márquez? Escribe Juan Gabriel Vásquez.
García Márquez se convirtió en uno de los escritores universales. Foto: Archivo EL TIEMPO
La leyenda dice que un día, a mediados de julio de 1965, Gabriel García Márquez iba manejando hacia Acapulco cuando se le apareció de repente la primera frase de su novela. No era cualquier novela, sino la que había querido escribir infructuosamente desde los 18 años; y no era solo la primera frase, sino que detrás de esas palabras venía la novela entera, diáfana y completa como si alguien se la dictara.
La leyenda dice que en ese momento, en medio de las curvas difíciles de la carretera de Acapulco, García Márquez hizo un giro de ciento ochenta grados y se devolvió, con familia y todo, a su casa de Ciudad de México. Se sentó a escribir en su cuarto pequeño y solo volvió a salir año y medio después, cuando hubo terminado el manuscrito deCien años de soledad.
Esa es la leyenda; la verdad, como sucede a veces, puede ser menos atractiva, pero es más interesante. La escritura de esa novela que nos cambió la vida no duró año y medio, sino once meses de trabajo que no estuvo exento de interrupciones familiares, ni de angustias económicas, ni de incertidumbres literarias.
En realidad, García Márquez no vio la novela entera detrás de esa primera frase alucinada sobre un hombre que lleva a su hijo a conocer el hielo, sino que comenzó la redacción sin una idea muy clara del lugar adonde se dirigía después de ese recuerdo de su niñez. A Plinio Apuleyo Mendoza le contó, en El olor de la guayaba, que lo más difícil de la novela fue empezarla: hasta el episodio del galeón extraviado en la selva, no creyó de verdad que el libro pudiera llegar a ningún lado.
Cien años de soledad no es un milagro, sino es el resultado de una larga espera y de un trabajo testarudo
Sí es verdad, en cambio, que García Márquez había tratado de escribir esta historia desde los 18 años. Llegó a tener 700 cuartillas, se llamaba ‘La casa’ y toda la acción ocurría de puertas para adentro: no es para sorprenderse que haya fracasado. Pero en cierto sentido no fracasó, me parece, porque todos los libros de García Márquez hasta 1965 se pueden leer como episodios parciales de esa primera intuición, fogonazos de la visión total que es Cien años de soledad.
En este sentido, es cierto lo que decía García Márquez con frecuencia: que en realidad los escritores solo escriben el mismo libro toda su vida, lo que pasa es que ese libro aparece en distintos tomos y con títulos distintos. Cien años de soledad no es un milagro, sino es el resultado de una larga espera y de un trabajo testarudo. Para que existiera, fue necesario que García Márquez reconociera el valor literario de su mundo de infancia, y, sobre todo, que encontrara la forma adecuada para convertir en ficción el material desbordante de su familia y su cultura.
La búsqueda de la forma comenzó con La hojarasca, cuyos rasgos parecen todos sacados de una novela de Faulkner: los cambios de narrador de Mientras agonizo, el ambiente de resaca de guerra civil de Luz de agosto, la vida organizada alrededor de las plantaciones que en Faulkner son de algodón y en García Márquez, de banano. Tres años más tarde se publicó El coronel no tiene quien le escriba, un gemelo caribeño de El viejo y el mar: Hemingway había hechizado al joven García Márquez, que aprendió bien sus lecciones y las puso a funcionar en la historia del coronel, pero también en cuentos como "La siesta del martes" y "Un día después del sábado".
Finalmente vino la influencia más decisiva: la voz de su abuela, Tranquilina Iguarán Cotes. Ese tono de cara de palo, capaz de contar las cosas más inverosímiles sin mover una ceja, es el responsable del rasgo más revolucionario (entonces) y más popular (ahora) de Cien años de soledad: lo que conocemos como realismo mágico.
Portada de la primera edición de Cien años de soledad, en la editorial Sudamericana. 1967. Foto:Archivo particular
Solemos pensar que el realismo mágico es la inclusión en el mundo de la realidad de esas escenas sobrenaturales: la mujer tan hermosa que se eleva por los aires, el joven que aparece siempre rodeado de mariposas amarillas (pobre: no sabía que se iba a convertir en un cliché). Pero Vargas Llosa, en Historia de un deicidio, sostuvo algo mucho más interesante. El realismo mágico, dijo, era en realidad un doble movimiento: lo sobrenatural narrado como si fuera normal, por supuesto, pero también lo normal narrado como si fuera sobrenatural: ahí está el descubrimiento del hielo en el primer capítulo.
Es ese doble movimiento lo que provoca en Cien años de soledad nuestro estado de alucinación constante, la sensación de que la realidad ha cambiado y ya nunca será la misma. Y no lo es: esta novela trastoca para siempre el sentido de la realidad de quien la lee. En eso está su riesgo, y también su maravilla.