Las crónicas de viaje tienen encanto literario cuando quien las escribe muestra un conocimiento amplio de la historia. ¿La razón? Les permite revelar el fondo de hechos que muchos desconocen, contar acontecimientos trascendentales de la antigüedad y dar lecciones sobre sucesos que marcaron a la humanidad. Hay viajeros que, sin ser escritores, tratan de contar lo que vieron en un viaje por territorios llenos de leyendas, dejando testimonio de su recorrido por regiones cuya cultura es milenaria. Cuentan que se deslumbraron ante las pirámides de Egipto, que se quedaron absortos ante las aguas del Nilo o que conocieron la tumba de Tutankamón. A esas narraciones, por lo general, les falta el condimento que le da sazón al relato: la enseñanza de la historia.
Esta introducción es para decir que acabo de leer un libro maravilloso, El incierto color de la luz, escrito por Esperanza Jaramillo, una recopilación de crónicas de viaje por Egipto, Israel y Jordania, trabajadas en una prosa preciosa, llena de poesía, con fuerza narrativa, iluminada con frases brillantes. Publicado por la Gobernación de Quindío, el libro recoge cuarenta y dos crónicas escritas durante la pandemia por una mujer que recorrió estos países buscando reencontrarse con historias que ya había leído y que sembraron en su alma el sueño de conocer lo que tanto interés le despertó desde que era una niña, como la leyenda de El faro de Alejandría, las charlas de Sherezada con el sultán Shahriar, la fortaleza natural de Masada en el desierto de Judea y la vida de Alejandro Magno.
¿Quién es esta mujer que escribe prosa con lenguaje poético sobre temas de tanta trascendencia histórica?, me pregunté al terminar la lectura del libro. Y, ¿qué descubro? Que la literatura le viene por la sangre. Esperanza Jaramillo García es nieta, nada más y nada menos, que de los excelsos poetas antioqueños Juan Bautista Jaramillo Meza y Blanca Isaza de Jaramillo Meza. Ahí entendí de dónde le viene esa inspiración para escribir palabras hermosas sobre la ciudad de Belén, sobre el Monasterio de Santa Catalina, sobre las aguas del río Éufrates, sobre las costumbres de El Cairo y sobre los encantos de Tierra Santa. Como poeta, esta manizaleña ha publicado los libros Caminos de la vida, Testimonio de la ilusión, Abecedario del viento y Tiempo del escarabajo.
Intenté iniciar esta columna con la siguiente frase: "El pasado es lluvia descendida entre los libros, atisbos imprecisos y símbolos en el espejo de los años". Con ella, la autora cierra el último capítulo de El incierto color de la luz, libro que motiva esta loa a su brillo literario. Frases como esta, que impactan al lector, se encuentran en sus páginas. En muchas de ellas aparece lo que debería ser una característica del lenguaje del historiador: no prescindir del lenguaje literario, con aliento poético, para contar la historia. Muchos historiadores se van por el camino de las fechas y las estadísticas, olvidándose del embrujo de la poesía. Esperanza Jaramillo narra la historia de los lugares visitados en un lenguaje que es creación literaria. Por esta razón, dice que el Mar Muerto "guarda el rumor deshilvanado de un violín viejo".
No es lo mismo un libro de este género escrito por alguien que solo se limita a hablar de los monumentos históricos de los países que visita sin hacer referencia a su historia que un libro escrito por una persona que ha estudiado durante muchos años.
Para corroborar lo anterior, veamos esas frases donde se advierte el alma de una escritora madura, conocedora de los secretos del lenguaje, que sabe cuál es el momento preciso para insertar en el texto palabras con tono poético que estremezcan al lector por su perfecta arquitectura idiomática. Al hablar sobre la nueva Biblioteca de Alejandría, la que inauguró la ONU en 1988, dice: "La fachada del colosal edificio luce como un gran platillo, como un ala suelta dispuesta a alzar el vuelo". Sobre las mujeres del pueblo donde visitó el Templo de Kom Ombo, dice: "En cuyos ojos de lluvia azul todo el horizonte cabe". Sobre la población de Luxor, dice cuando desembarca en su puerto: "El sol era un torbellino rojo que emergía detrás del horizonte del agua".
Escribí al principio que las crónicas de viaje tienen atractivo literario cuando quien las escribe muestra un conocimiento amplio de la historia. No es lo mismo un libro de este género escrito por alguien que solo se limita a hablar de los monumentos históricos de los países que visita sin hacer referencia a su historia, que un libro escrito por una persona que ha estudiado durante muchos años los procesos fundacionales de esas regiones. El libro de Esperanza Jaramillo se destaca entre los demás de este género porque sabe contextualizar el pasado histórico con el presente. Esto le permite a la autora explayarse sobre hechos que han marcado la historia, convirtiéndolos en referentes obligados cuando de ellos se habla en cualquier lugar del mundo. Su prosa enseña a una escritora formada en lecturas exquisitas.
Jordi Canal escribió estas palabras que caen como anillo al dedo ahora que hablo sobre la relación entre la historia y la literatura: "La escritura académica ha propiciado que muchas disciplinas prescindan, casi con orgullo, de la belleza en la prosa. Sin embargo, el historiador, al ser esencialmente un narrador, no puede renunciar a la literatura y al estilo inherente a su oficio". En este sentido, Esperanza Jaramillo pone de presente, en El incierto color de la luz, que es importante adobar la prosa con vocablos que destaquen el valor de la poesía. Veamos, para corroborarlo, estas bellas líneas sobre Jerusalén: "Venimos a buscarte. Traemos el aire limpio de la montaña, el aroma de la hierba y la urgencia del color. Iremos con sigilo por tus calles empedradas, pasaremos bajo tus arcos gastados".
Debo decir, sin caer en exageraciones, que la lectura de El incierto color de la luz, de Esperanza Jaramillo, una escritora que se pensionó después de trabajar muchos años en asuntos financieros, por su profundidad en la investigación histórica me recuerda a El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Mientras la española investigó con pasión sobre los papiros y la cultura helénica, la nieta de Juan Bautista Jaramillo Meza lo hizo sobre la época ptolomeica y sobre la vida de los faraones. Sobre ellos habla con propiedad en este libro escrito con respeto por la gramática, que tiene profundidad filosófica y mucha riqueza conceptual sobre la evolución del mundo. Por esta razón, sentencia: "El hombre marchita las corrientes, seca el agua de los mares, construye desiertos".