En la tragedia griega el coro cumplía la función de instancia de reflexión sobre la escena que se despliega ante el público, y de este modo contribuía a determinar su atmósfera y su significado emocional. Por eso, el momento de mayor patetismo que se registró en la sesión del consejo de ministros no coincidió con el reclamo del Presidente sobre los pobres resultados de sus agentes, sino que lo representó la airada protesta de esos pocos que integran el círculo más comprometido y fiel de su partido. Este coro hizo manifiestos su dolor y repudio ante la entronización de Benedetti como "válido" del Presidente a pesar de no encarnar ninguna virtud o idea política y más bien sintetizar todo lo contrario. El sentimiento de traición dominó la escena. Los extravíos literarios e históricos del Presidente y sus regaños perdieron a partir de este instante todo peso y pasaron a un segundo plano.
Dejando de lado esta visión del teatro político, hay quienes piensan que todo fue un tinglado que desembocó en un ejercicio mal logrado y torpemente concebido que pretendía mostrar a un presidente transparente, cercano al pueblo y preocupado por el cumplimiento de su plan de gobierno. Otros, en cambio, interpretan lo ocurrido como parte de un libreto mucho más complejo cuyas repercusiones apuntan deliberadamente a tener un efecto en las elecciones del 26. El saldo inmediato de este lamentable acontecimiento es que el remezón ministerial, que se sabía inevitable, marcó un punto de inflexión y el ocaso del Gobierno. En este contexto, la estrategia, cualquiera que ella haya sido, no es ajena a riesgos. El mandatario, desafiando sus propios principios y sacrificando a sus más allegados alfiles, tomó la decisión de jugársela por mantenerse en el poder en cuerpo ajeno sin importar el precio y el método.
El mandatario, desafiando sus propios principios y sacrificando a sus más allegados alfiles, tomó la decisión de jugársela por mantenerse en el poder en cuerpo ajeno sin importar el precio y el método.
Tal vez para marcar esta disociación y activar la extraña metamorfosis individual del Presidente, resultaban necesarias ciertas actuaciones y estas se dieron cuando el telón subió y se encendieron los reflectores del escenario. Allí el presidente, como su coro rebelde y estremecido, sabían perfectamente a lo que se enfrentaban con cada palabra pronunciada. Culpar a sus ministros por los escasos resultados del Gobierno y tildarlos de tener agendas paralelas no podía sino conllevar la renuncia irrevocable de los más leales a la causa progresista. Hacerlo, además, teniendo a su lado a Benedetti le añadió otro ingrediente de humillación al ya desafiante y demoledor mensaje.
El Presidente ha dicho que su nuevo gabinete estará encargado de cumplir el plan de gobierno. Pero calificar de sectarios a sus más leales funcionarios envía otro mensaje entre líneas: una invitación a un gabinete con mayor apertura política que se desmarque de lo que él mismo representa, para franquear la vía a quienes puedan contribuir a consolidar una base electoral amplia que le garantice un juego más cómodo en las próximas elecciones. El director de orquesta de esa movida será, como ya lo fue en el pasado, el muy cuestionado Benedetti, salvo que lo fulmine una sentencia judicial. A ese grupo monolítico de electores que el Presidente ha demostrado no perder ni siquiera ante los confesados fracasos de su gestión, se le quiere sumar el espurio apoyo de las portentosas maquinarias y fuerzas de los mercenarios de la política que con razón espantó al coro de los fieles.
Y mientras esta tragedia a la colombiana se desarrolla, motivada por mezquinos cálculos políticos, el último Aureliano, que más bien se asemeja a ese patriarca que vivía en su otoño, no se da cuenta de que el país real está en llamas y que pronto el Chocó será un nuevo Catatumbo. Ese grito ya no es el de los fieles. Es el grito de los más vulnerables.