El féretro del papa Francisco está expuesto en la Basílica de San Pedro. Sus manos guardan un rosario para rezar los misterios de la redención. Es la puesta en escena del duelo en un mundo descuadernado que tarde o temprano regresa a los mitos. Es el papa que antes de irse dejó en claro que hay que leer novelas porque la literatura lleva "a frenar, a contemplar, a escuchar" –y que en épocas delirantes "necesitamos recuperar modos hospitalarios y no estratégicos de relacionarnos con la realidad", “necesitamos lejanía, lentitud, libertad” para acercarnos a lo cierto– y además alcanzó a recibir a los humoristas del mundo, en la solemne Sala Clementina, porque "denuncian los excesos del poder sin sembrar el terror". Pero han estado despidiéndolo un montón de tiranitos del infierno que creen que van a ir al cielo.
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Este es el mundo en el que nuestro presidente de la Gran Colombia, un soldado de Bolívar nostálgico tanto de las tras escenas como de los estados de excepción del Frente Nacional, no solo mama gallo con los fallos del Consejo de Estado que lo invitan a no tomárselo todo –a dosificarse como lo hacía el Papa–, sino que osa declararse censurado en un país callado por su omnipresencia. "Un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota", le dijo alguna vez, en una carta de renuncia, el hoy embajador en Washington: los caudillos progresistas desconciertan porque decretan la compasión pero no la ponen en marcha. Se sienten solos cuando muere el Papa de las Periferias. Pero se les pasa el día en el que Francisco define la soberbia –"la autoexaltación, el engreimiento, la vanidad", explicó– como "un vicio que envenena".
No es la hora de aceptar que va a pasar lo que pasó. Toca defender el humor. Toca leer novelas. Toca reeducar a los líderes, que hoy en día hay tantos, en el respeto por la ley.
Estos son los tiempos en los que el presidente de los Estados Unidos de América, "el hombre más peligroso del mundo" según su sobrina Mary, psicóloga clínica, desafía a diario a la Corte Suprema que defiende el imperio de la ley: ni él ni el distópico presidente de El Salvador han sido capaces de reconocer que el señor Kilmar Abrego García fue deportado "por error" –"Oopsie... too late", declaró el jefe de Estado salvadoreño cuando el tribunal ordenó frenar las deportaciones arbitrarias– porque estos tiempos quieren ser los días vaticinados en los que “los que no conocen la historia estarán condenados a repetirla”, y regresarán los fascismos afrenta por afrenta como en la fábula de la rana hervida, y nos acostumbraremos a la propaganda de preguerras que escupe a los centristas y a los medios y a los jueces.
No es la hora de aceptar que va a pasar lo que pasó. Toca defender el humor. Toca leer novelas. Toca reeducar a los líderes, que hoy en día hay tantos, en el respeto por la ley: "Una autoridad que no es servicio es dictadura", dijo el Papa. Viva el senador Bernie Sanders y viva su esperanzadora gira que llena arenas de demócratas hartos de Trump. Viva el comediante Larry David y viva esa parodia magnífica publicada por The New York Times, Mi cena con Adolf, en la que se ríe de los relativizadores de tiranos. Viva el documentalista Michael Moore y viva su conteo de las multitudes que están señalando al déspota en las calles. Viva el historiador Timothy Snyder, autor de Sobre la tiranía, y viva su mudanza a Canadá para que sea clara la alerta roja. Viva el expresidente Al Gore y viva su grito contra las posverdades del trumpismo.
Viva el papa Francisco. Hay hombres tan sabios, tan dados al mundo, que mueren cuando es necesario que escuchemos atentamente sus palabras. Si se está yendo el cuerpo del Papa es para que su figura pida por siempre y para siempre "liderazgos que siembren liderazgos", y para que recuerde desde ahora, en todos los presentes, que vinimos al mundo a encarar tiranías visibles e invisibles.