Recientemente la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca expidió una resolución que da vía libre a la captura “incidental” de tiburones y rayas. Esa resolución modifica un decreto que prohibía su pesca, en cualquier circunstancia, para proteger especies en peligro de extinción. La nueva norma causó revuelo en círculos animalistas y ambientalistas, con razón.
En una reunión reciente en Buenaventura, la ministra de Agricultura, Jhenifer Mojica, dijo refiriéndose al decreto anterior: “No puede pensarse en que es más valiosa la vida de los tiburones que las de las personas. Es un decreto odioso, de gomelos o de yupicitos... una muestra clara de lo que es el racismo; por eso decimos que el pueblo se tiene que movilizar”. La discusión es muy legítima, pero debía darse con argumentos (hay suficientes de lado y lado), no con descalificaciones y llamados a la movilización (¿contra quién?).
Las ministras de Agricultura y de Ambiente sostienen que si la pesca es solo “incidental” no causa daño. Puede ser. Hay que advertir, sin embargo, que cuando un hecho ‘incidental’ resulta rentable, la naturaleza humana se encarga de que los ‘incidentes’ se vuelvan cada vez más frecuentes (eso dicen al menos algunas teorías).
Parece inaudito que eso lo diga la ministra de Agricultura de un país que quiere ser el granero del mundo y el centro de la biodiversidad.
Pero a mí me preocupó mucho más la continuación del discurso: “Es una discusión entre dos mundos, el mundo de la ciencia elitista, de quienes van a la universidad y hacen doctorado y van a otro país, contra la vida real, y la práctica, y el conocimiento heredado”. En su discurso la ministra calificó a los que van a la universidad y hacen doctorado de elitistas (gomelos y yupicitos), los hace sospechosos de cosas terribles como racismo, y supone que las prácticas antiguas son superiores (¿más humanas?) a los desarrollos científicos modernos.
Parece inaudito que eso lo diga la ministra de Agricultura de un país que quiere ser el granero del mundo y el centro de la biodiversidad, que pretende cambiar la exportación de hidrocarburos por aguacates, y debe aumentar su productividad, estancada por decenios.
Creo que sería conveniente recordarle a la ministra que la catástrofe de hambre y extinción humana anunciada en el siglo XIX por Malthus no se dio, gracias a unos químicos que lograron sintetizar amoniaco y, a partir de él, fertilizantes nitrogenados. También es importante señalar cómo la genética y la biología molecular moderna han permitido acelerar los procesos ancestrales de domesticación de plantas y animales, de forma que hoy contamos con cultivos resistentes a plagas, o que crecen en tierras áridas con muy bajo uso de agua. Hay también cultivos con propiedades nutricionales mejoradas y algunos otros con tiempos de maduración alargados para facilitar su distribución.
Hay novedades en camino: plantas que no necesitarán nutrientes porque tomarán el nitrógeno del aire, y hasta carne que se producirá en fábricas, cambiando el uso de suelos en forma revolucionaria, y más.
No solo desde la biología se transformó la agricultura. Hay sensores que miden la humedad de la tierra y regulan istración precisa de agua y nutrientes; drones que vigilan la aparición de plagas con cámaras inteligentes y envían robots a aislarlas y destruirlas antes de que se dispersen; sistemas satelitales que definen linderos y más, y no entro a imaginar las posibilidades de la agroindustria.
Yo conozco de cerca nuestros doctorados y me consta que sus egresados no son “gomelos y yupicitos”, y mucho menos racistas. Estoy pasado de moda, pero en mi época progresistas eran los que basados en lo que se sabía buscaban nuevas y mejores explicaciones y soluciones, siempre apoyados en el conocimiento de “doctores”.
Lo único que nos faltaba era acusar a la educación superior de ser enemiga del pueblo y del progreso.
MOISÉS WASSERMAN