Es una noticia magnífica e histórica, tanto para Colombia como para su diplomacia de años de tradición, que la embajadora Laura Gil sea desde ahora la décima secretaria general adjunta de la Organización de Estados Americanos (OEA). Se trata de la primera mujer que llega a un cargo semejante, el segundo en importancia del organigrama de la OEA, pero además, por supuesto, de una experta en temas internacionales que viene de la academia y de los medios: desde los cargos que ha tenido en este gobierno, tanto en el Viceministerio de Asuntos Multilaterales en la Cancillería como en la embajada de Colombia en Austria, Gil no solo ha insistido en un multilateralismo que busque la equidad, sino que ha conseguido que las Naciones Unidas reflexionen sobre la política contra las drogas.
El Gobierno colombiano, a la altura de una nación que ha dado dos secretarios generales de la OEA, Lleras Camargo en 1948 y Gaviria Trujillo en 1994, hizo todo lo que estuvo a su alcance para conseguir el nombramiento de la embajadora, y, sin embargo, como la misma Gil lo ha dicho en sus redes, sin dejar atrás el agradecimiento por el respaldo del Presidente de la República y de su Canciller, le corresponde a la internacionalista obrar con fuerza e independencia de aquí en adelante. La sombra del autoritarismo avanza por algunos de los 34 Estados que componen la Organización, y será fundamental, más que nunca, la defensa enfática de los valores democráticos.
La secretaria Gil, que nació en Uruguay, estudió en Estados Unidos, hizo una carrera como consultora de organismos internacionales, recibió la nacionalidad colombiana y logró ser una voz respetada en los medios del país –durante varios años escribió para EL TIEMPO, presentó un programa en el Canal Capital y trabajó en el de Blu Radio–, está más que preparada para el reto que tiene por delante. Su fe en la diplomacia es clave en estos tiempos.
EDITORIAL