La polémica por la demora del Icetex en tener los recursos disponibles para cumplir sus obligaciones con las universidades en lo correspondiente al 2024 y la aparente carencia de presupuesto para ofrecerles a los estudiantes créditos para el 2025 han revivido la discusión sobre la situación de la educación en Colombia, su rumbo y su financiación.
Como es bien conocido, este gobierno le ha apostado al crecimiento de la oferta de la educación pública. Fiel a su promesa de campaña, desde el primer día ha querido impulsar un fortalecimiento de las universidades estatales, fijándose la meta de crear 500.000 nuevos cupos y 26 nuevas sedes de educación superior. Un argumento que ha esgrimido, y al que le asiste cierta razón, es que solo el Estado va a poder ofrecer opciones de educación superior en regiones apartadas donde el sector privado por diversos motivos difícilmente llegará. A diferencia de sus inmediatos antecesores, esta istración ha preferido, al menos en palabras, poner la mayoría de los huevos en la canasta de la oferta pública, descartando iniciativas como las de los gobiernos Santos y Duque que apoyaban a estudiantes destacados dándoles la oportunidad de subsidiar sus estudios, tanto en instituciones públicas como en privadas. Estas últimas reciben entre el 55 y el 60 por ciento de las matrículas.
Al tiempo con el debate sobre qué tanta relevancia darle a uno u otro sector, la educación se ha encontrado en los últimos años con problemas muy serios que venían incubándose de tiempo atrás. El principal, la caída de la demanda como resultado de la merma en el crecimiento de la población, pero también en profundas transformaciones sociales por efecto de las cuales el estudiar un pregrado para obtener un cartón ya no está seduciendo a tantos jóvenes como antes. No se puede ignorar tampoco el desafío de la calidad. Solo el 12 por ciento de las instituciones y el 20 por ciento de los programas gozan de acreditación de alta calidad.
Plantear el anunciado crecimiento sobre la base de un antagonismo entre la oferta pública y la privada es un error craso
Pero la educación de la gente es crucial para un país. La situación es desafiante y, ante todo, no da margen para la improvisación. Los palos de ciego en este campo pueden traer consecuencias tan nefastas como irreversibles hacia el futuro.
El caso es que plantear el anunciado crecimiento sobre la base de un antagonismo entre ambas modalidades es un error craso. El camino tiene que ser el modelo híbrido que se alimente de un trabajo en equipo y armónico que tenga muy en cuenta el terreno por el cual se camina. Se requieren, así mismo, seriedad y gestión: los beneficiarios del Icetex, hoy sumidos en la incertidumbre, no entienden cómo al tiempo que se revela que no están listos los recursos para sus estudios, los montos por ejecutar del presupuesto 2024 en distintos ministerios se cuentan por billones. En el de educación, según reveló la representante Catherine Juvinao, es de 12,3 billones a noviembre.
El propósito gubernamental de fortalecer la educación pública es bienvenido, pero este debe llevarse a cabo de manera planeada, técnica y responsable, sin cometer el error de marchitar la oferta privada. También exige eficacia: hasta ahora, solo se han creado 65.000 de los 500.000 cupos prometidos.
EDITORIAL