Todavía hay quien piensa que el Kamasutra es un manual de acrobacias para el catre, una especie de maratón gimnástica donde lo importante es cuántas posturas se logran antes de que crujan las rodillas o se rinda la planta baja. Pero en este siglo veloz y distraído, donde las ganas compiten con la rutina, el algoritmo y el insomnio, el verdadero arte del goce está menos en la elasticidad y más en la autenticidad.
Hoy, muchas parejas -en sus más diversas formas- descubren que no se trata de lograr proezas circenses, sino de encontrar tiempo, deseo y complicidad en medio del caos cotidiano. Y entienden que el aquello no empieza en el cuerpo, sino bastante antes: en una conversación sin pantallas, en una mirada sin prisa, en una caricia que no tiene plan.
El nuevo Kamasutra no se mide en posiciones, sino en posturas frente a la integración, el consentimiento y la risa compartida. Porque en la era del multitasking y el amor líquido, el verdadero lujo es tener espacio -y ganas-para apagar el mundo y encender el encuentro.
Los cuerpos reales, con sus cicatrices, sus dudas y sus historias, han desplazado por fin a los modelos de catálogo. Y el aquello, ese viejo protagonista del drama y la comedia humana, ha dejado de ser una obligación para convertirse en un territorio de juego, exploración y afecto.
Así las cosas, lo que de verdad enciende las ganas no está en un manual milenario ni en un tutorial moderno, sino en esa mezcla de presencia, humor y sincronía que no se ensaya, pero se siente. Porque cuando hay tiempo, respeto y un catre disponible, cualquier postura sirve. Y si no, siempre se puede improvisar.
El sexo de hoy no exige elasticidad, sino empatía. No pide proezas, sino presencia. Porque el verdadero Kamasutra del siglo XXI se escribe a dos manos -y a dos sentires- con ganas, con respeto y con la libertad de ser, sin etiquetas, sin medidas ni expectativas impuestas. Solo con deseo de encuentro… y con el aquello en modo de placer propositivo. Hasta Luego.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO