En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión
¡Hola! Parece que has alcanzado tu límite diario de 3 búsquedas en nuestro chat bot como registrado.
¿Quieres seguir disfrutando de este y otros beneficios exclusivos?
Adquiere el plan de suscripción que se adapte a tus preferencias y accede a ¡contenido ilimitado! No te
pierdas la oportunidad de disfrutar todas las funcionalidades que ofrecemos. 🌟
¡Hola! Haz excedido el máximo de peticiones mensuales.
Para más información continua navegando en eltiempo.com
Error 505
Estamos resolviendo el problema, inténtalo nuevamente más tarde.
Procesando tu pregunta... ¡Un momento, por favor!
¿Sabías que registrándote en nuestro portal podrás acceder al chatbot de El Tiempo y obtener información
precisa en tus búsquedas?
Con el envío de tus consultas, aceptas los Términos y Condiciones del Chat disponibles en la parte superior. Recuerda que las respuestas generadas pueden presentar inexactitudes o bloqueos, de acuerdo con las políticas de filtros de contenido o el estado del modelo. Este Chat tiene finalidades únicamente informativas.
De acuerdo con las políticas de la IA que usa EL TIEMPO, no es posible responder a las preguntas relacionadas con los siguientes temas: odio, sexual, violencia y autolesiones
Opinión
Celular en mano, deseo en pausa / Columna Sexo con Esther
No hay aplicación que reemplace una buena conexión en vivo y en directo.
Si el teléfono celular pudiera hablar (y a veces pareciera que ya lo hace), probablemente reclamaría derechos sobre la vida amorosa de su dueño. Porque, aunque nadie lo ite abiertamente, la escena es más común de lo que se cree: las miradas se cruzan, el ambiente se caldea, las ganas empiezan a instalarse cómodamente en la planta baja… y, justo cuando el aquello está por declararse en sesión, una notificación, un mensaje que arruina el momento.
En ese preciso instante, el mundo se divide en dos tipos de personas: los que ignoran la pantalla y dejan que la conexión fluya, y los que, con una destreza de equilibrista, intentan lo imposible: mantener la pasión sin soltar el teléfono. Un ojo en la pantalla, otro en la pareja, y las ganas en un incómodo modo de espera.
Dicen que la tecnología mejora la vida y no vamos a negarlo: el celular ha hecho maravillas por la seducción moderna. Los emojis han sustituido a las palabras torpes, los audios estratégicos han elevado la picardía y las selfies han facilitado el coqueteo a distancia. Pero una cosa es calentar motores y otra muy distinta es intentar manejar la maquinaria del aquello con el celular en la mano.
Porque, seamos honestos, no hay aplicación que reemplace una buena conexión en vivo y en directo. No hay algoritmo que compita con una piel que responde, ni notificación que genere la electricidad de una caricia bien puesta. Pero, en pleno siglo de la hiperconectividad, muchas parejas parecen más dispuestas a invertir tiempo en el scroll infinito que en los placeres de la interacción humana sin pantalla de por medio.
El problema no es solo la interrupción del momento, sino el hábito que se instala de manera silenciosa. Cada noche, millones de personas duermen más cerca de su celular que de su pareja. Revisar redes sociales antes de dormir se ha convertido en el ritual nocturno por excelencia, como si deslizar el dedo por la pantalla fuera más estimulante que cualquier otro tipo de fricción. La pantalla ilumina rostros, sí, pero al mismo tiempo, apaga ganas.
Y esto no es una teoría sin fundamento. Estudios han demostrado que la simple presencia de un celular, aunque no se esté usando, reduce la calidad de la interacción entre personas. Su sola existencia es suficiente para recordar que en cualquier momento algo puede interrumpir el instante, como una tentación digital que roba protagonismo.
Entonces, ¿qué hacer? La solución no es dramatizar ni lanzar los celulares por la ventana. Se trata de recuperar el tiempo real, de priorizar el o directo y de darle al aquello la atención que merece. Apagar el teléfono no significa desconectarse del mundo, sino reconectarse con lo que realmente importa.
Porque ningún mensaje es más urgente que el que el cuerpo intenta enviar en silencio.Ninguna vibración debería competir con las que se generan por cuenta propia. Y si la tentación de revisar el celular sigue siendo fuerte, tal vez sea momento de recordar que la mejor red social sigue siendo la piel que se toca.
Así que, por una noche al menos, dejemos que la única notificación importante sea esa que no necesita wifi, ni datos, ni pantalla táctil. Hasta luego.