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Opinión

Sin fecha de vencimiento / Sexo con Esther

Si hay algo que no tiene fecha de vencimiento es la capacidad de sentir, explorar y conectar.

Con un estado de salud razonable, el disfrute y la ejecución sexual puede mantenerse hasta la muerte.

Con un estado de salud razonable, el disfrute y la ejecución sexual puede mantenerse hasta la muerte. Foto: iStock

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Si algo acompaña al ser humano toda la vida, además de la familia y los impuestos, es la sexualidad. Desde la infancia hasta la vejez, el departamento inferior sigue presente, aunque sus prioridades y funciones varíen con los años. 
No se trata solo de aquello en su sentido más carnal, sino de cómo se siente, se explora y se entiende el deseo, el placer y la conexión con el otro (o con uno mismo, porque la autonomía también es importante).
El rosa en el sexo evoca ternura y romanticismo.

El rosa en el sexo evoca ternura y romanticismo. Foto:iStock

En la niñez la sexualidad no tiene la carga que los adultos le dan. A esa edad, la planta baja es solo otro territorio por explorar, al igual que los dedos, la nariz o el ombligo. El niño toca, pregunta, se sorprende y deja a los mayores en situaciones incómodas con cuestionamientos como “¿Por qué los niños tienen esto y las niñas no?”. 
En esta etapa, lo importante es acompañar sin escandalizarse, porque la sexualidad infantil no tiene morbo, solo curiosidad. Si los adultos reaccionan como si se hubiera cometido un delito de lesa humanidad, lo único que logran es meter culpa en un proceso natural.
Llega la adolescencia, esa etapa en la que el departamento inferior pasa de ser un almacén en desuso a convertirse en un penthouse con luces de neón. El aquello se vuelve un tema central, las hormonas son protagonistas y cualquier roce parece la escena de una película prohibida para menores de 18. 
Aquí, el desafío es la desinformación y la presión social. Se le dice al adolescente “no hagas esto” o “espera el momento adecuado”, pero rara vez se le enseña cómo vivir su sexualidad de manera sana, sin sustos, sin culpas y sin depender de lo que diga el grupo de amigos. Si se quiere que las nuevas generaciones tengan una relación más sana con el aquello, es necesario ofrecer información clara, sin miedo y sin mitos dignos de novela de terror.
En la juventud y la madurez, el departamento inferior ya pasó por remodelaciones, expansiones y hasta alguno que otro temblor de tierra. El aquello deja de ser solo una explosión de adrenalina y empieza a involucrar más emociones, más comunicación y, con suerte, más creatividad
Aquí aparece el arte de coordinar agendas, porque entre trabajo, hijos y deudas, a veces el deseo debe agendarse como una reunión importante. Sin embargo, con la madurez también llega la oportunidad de explorar, de entender que la sexualidad no es solo una cuestión física sino una construcción continua de intimidad y placer compartido.
Y, finalmente, la vejez, esa etapa en la que muchos creen que el aquello se convierte en un recuerdo en blanco y negro. Gran error. La planta baja no cierra por jubilación, simplemente cambia el ritmo. 
Aquí la sexualidad se vive con más calma, con menos urgencias y con la sabiduría de quien ya sabe lo que le gusta sin necesidad de hacer malabares circenses. Se trata de seguir disfrutando el o, la compañía y el placer sin la presión de la juventud. El cuerpo cambia, claro, pero eso no significa que se acabe el juego.
La sexualidad no es una fase, es una constante. A lo largo de la vida, el departamento inferior cambia, se redecoran los espacios y el aquello se adapta a las circunstancias. Pero lo importante es no apagar la luz y seguir disfrutando el viaje, porque si hay algo que no tiene fecha de vencimiento es la capacidad de sentir, explorar y conectar. Hasta luego.

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