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Entrevista
Los enigmas de la química detrás de la amistad
Mariano Sigman y Jacobo Bergareche abordan con humor el valor de la amistad en la salud mental y el mundo digital.
El neurocientífico Mariano Sigman y el escritor y guionista Jacobo Bergareche Foto: Editorial Debate
La amistad está llena de tópicos: que los amigos son la familia que se elige, que la amistad debe ser eterna, que solo los de la infancia son los verdaderos amigos. Hay quienes dicen que no puede haber amistad si hay tensión sexual, y otros que consideran que la amistad real no solo se basa en la lealtad, sino que también debe soportar alguna dosis de traición.
Tras una semana de "banquetes platónicos" en los que conversaron con personas de diferentes ámbitos, el neurocientífico Mariano Sigman y el escritor Jacobo Bergareche discuten sobre este tema que nos compete a todos en su ensayo Amistad (Debate y Libros del Asteroide, 2025).
Desde la perspectiva neurocientífica, ¿qué se sabe sobre cómo procesa el cerebro la amistad?
Mariano Sigman: No hay una buena neurociencia de la amistad. La amistad es algo muy ambiguo y polimorfo, y algo tan difícil de definir es muy difícil de medir en el cerebro. El amor romántico tiene fases más definidas en las que todo el mundo se parece mucho. Pero la amistad es una experiencia muy distinta: su amistad, mi amistad, incluso su amistad con gente diferente.
Entonces, no hay una forma en el cerebro que corresponda a la amistad, solo elementos que están en su esencia biológica, como el tacto, que remite a un animal que desparasita al otro: yo velo por usted, usted vela por mí. Si se fija en ese proceso, el cerebro tiene una expresión bastante canónica, entre distintas personas y culturas. Por su lado, conversar es como una caricia también: cuando hablo, muevo mis cuerdas vocales que mueven el aire, que mueve su tímpano. La voz es una manera de amplificar el tacto. Y cada una de estas cosas —la voz, la risa— tiene sus componentes neurocientíficos, pero la amistad como tal no, porque es un concepto que no está bien definido biológicamente.
Mariano Sigman: Bueno, hay muchas. Ese es el problema: no hay una hormona de la amistad, hay todo un conglomerado. Porque la amistad a veces es tensa, a veces lo relaja, a veces lo desafía. Cada uno son estados psicológicos —y, por ende, neurológicos— muy distintos.
En” La pasión de los extraños”, Marina Garcés dice: “¿Qué palabra tenemos para referirnos a una persona ‘soltera’ de amigos? Es una soledad sin épica y sin nombre”. Cuando se acaba una amistad, ese duelo tampoco tiene épica, a diferencia del desamor —que en Colombia llamamos tusa—. Esto sería la "amistusa", que aunque sin nombre es un dolor profundo…
Mariano Sigman: O “desamistad”… En “El poder de las palabras”, yo trabajaba mucho esta idea de la necesidad de tener palabras para describir las experiencias emocionales. Cuando uno va teniendo un léxico más rico para describir lo que le pasa, lo entiende mejor y lo puede vivir mejor. Mucho del equívoco emocional es simplemente un problema de ponerle nombres.
Como la canción de Aventura: “No es amor, lo que tú sientes se llama obsesión”. Esa confusión de ponerle la palabra equivocada a algo, o no tener una palabra para referirse a ello, hace que no se entienda, que no se pueda comunicar y que, en cierta manera, no exista; es el límite de Wittgenstein. Efectivamente, que no haya una palabra para hablar de la amistusa… Me gusta el término, lo voy a incorporar, lo citaré y lo llevaré de paseo. Uno de los elementos valiosos del libro es haber acuñado un léxico para entender cosas que nos pasan a todos, y justo encontrar a la persona que le pone la palabra precisa. Una que gustó fue la idea de la “química del carbono”, que está en la índole de una biología muy profunda que hace que se conecte con otra persona por algo que está en la piel, que no está en la ideología ni en las costumbres. Y sí, duele mucho, porque en las amistades, además, existen nichos expresivos.
Hay quienes consideran que la amistad real no solo se basa en la lealtad. Foto:iStock
Y cuando se acaba una amistad, hay una parte del yo que se descompone, se desvanece.
Mariano Sigman: Es una especie de poda de la identidad. Hay una tristeza hacia el otro pero también una tristeza hacia uno mismo.
Precisamente por todo lo que se juega del yo, quería hablar sobre la relación entre la falta de amigos y la depresión, sobre todo en la adolescencia. Esa soledad sin épica se vuelve también una vergüenza, casi un tabú…
Mariano Sigman: Conversamos con una psiquiatra que trabaja en un hospital público sobre rupturas psiquiátricas en adolescentes, y nos contó que casi todas empiezan en dolores de amistad. Porque justamente hay algo casi tautológico: cuando se tiene un problema de salud mental leve, alguna tristeza, quien resuelve eso son los amigos, sobre todo en la adolescencia. Es el drama típico de un padre o una madre: uno quiere darle a su hijo todo el amor del mundo, pero lo que necesita es el amor de los amigos. Y si no lo tiene, se rompe. No hay quien supla eso que se está rompiendo. Cuando hay déficit de amigos —que efectivamente ocurre en personas con mala suerte— sucede algo que tiene que ver con esto que usted dice: una soledad sin épica, pero además una soledad mal entendida. Se piensa que quien no tiene amigos es porque no ha hecho el esfuerzo o porque no tiene vocación para hacerlos. Es el problema típico de la depresión en general. Si uno se rompe una pierna y no camina, nadie se enfada porque no camina. Pero si uno se deprime y no se levanta por la mañana, hay una presunción de que está en su propia abolición de aquello que justamente la enfermedad impide hacer. Con el déficit de amigos sucede algo parecido.
Es un término que no había pensado pero que surge ahora: una suerte de depresión social, un impedimento genuino de establecer vínculos. Por ejemplo, yo tengo muchos amigos, pero no soy un natural de la amistad. Cultivo las amistades, pero no soy fluido en el lenguaje fino de la amistad. Y lo que uno entiende muy rápido es que es algo que le toca o no le toca. Es como el poder del que habla bien.
Como un don.
Mariano Sigman: Un don, sí. Para mí, algo importante es que, si bien hay personas a las que se les da muy bien, hay otras que tienen lo contrario al don: una incapacidad completa. Pero la mayoría, como yo, estamos en un lugar intermedio: cuesta, pero si se tienen ciertas herramientas y ciertas ideas, es un buen punto de partida. Hay cosas que deberíamos aprender a aprenderlas, como cómo vincularse, en las que tenemos mucho más margen del que pensamos.
¿Está en riesgo lo que decía Aristóteles de que un amigo es quien presenta oposición, que dice si uno está equivocado, que por ahí no es?
Mariano Sigman: Uno puede estar con un amigo que no le presenta oposición, pero si todas sus amistades son así, va a recorrer solo una parte de la amistad: la del confort, pero no la de la tensión, de descubrir nuevos mundos, de que alguien lo lleve de la mano a sitios a los cuales usted no hubiese ido solo.
Es como la ventana de Overton, que dice que cada época y cada sitio marcan una ventana de las cosas que se hablan, y que lo que está fuera parece que no existe. El politólogo Overton dice que el oficio de la política es ir corriendo la ventana. Ahora es muy claro con Trump: tira frases muy largas que primero parecen inisibles, pero después empiezan a ser parte de la conversación. Voy a hacer una metáfora provocadora: los amigos son ese Trump que muchas veces le corren la ventana de Overton y le dicen algo que ni siquiera había pensado como opción.
Los amigos son los que, de alguna manera, lo delimitan. A través de la amistad se tiene un lente que permite mirar el mundo con un campo de vista un poquito mayor. Si no tiene amigos que le presenten oposición, tiene una ventana de Overton infinitesimal y ve todo el tiempo lo mismo. La amistad tiene la capacidad de extendernos. Esta idea que tenemos hoy de la zona de confort, las cámaras eco y la polarización, en realidad, es una decisión propia. Si cultiva amistades cómodas, se queda en el mismo sitio, pero no es culpa del mundo: es asunto de uno.
A pesar de la hiperconexión, cada vez más personas se sienten solas, especialmente los jóvenes y adultos mayores. Con redes de amistad más frágiles y una creciente población soltera y sin hijos, ¿cómo afectará eso las redes de apoyo en la vejez?
Jacobo Bergareche: Es un desastre. Yo vengo de una familia muy extensa, tengo tres hijas, y me fijo mucho en eso: somos el país con la natalidad más baja del mundo después del Vaticano. Hay mucha gente que es hija única, y ahora vamos a la siguiente generación: hijos únicos de padres que son hijos únicos. Aquí en España se habla mucho de la figura del cuñado. Pero el cuñado va a ser una criatura mitológica dentro de poco, no va a existir.
Ni el primo ni el hermano, ni esa red en la que se apoyaba la cultura mediterránea. Antes de que existiera la seguridad social, la red era la familia. Pero esa familia, tal como la conocemos, se acaba, y lo que nos queda son los amigos: saber tejer una red de amistad, porque no vamos a tener hermanos, ni primos, ni tíos, y lo único a lo que uno va a poder agarrarse es a sus amigos, a un sentimiento de fraternidad con el desconocido. Que lo vamos a tener que construir. Por eso me parece más pertinente que nunca hablar de la amistad.
Quizás un amigo es aquel que lo entiende sin demasiadas explicaciones. Foto:iStock
En los últimos tiempos han surgido muchos libros sobre la amistad, un tema que nos acompaña desde la niñez y ha sido objeto de reflexión filosófica desde la Antigüedad...
Jacobo Bergareche: Yo creo que hay dos razones. Una es la extinción de la familia y de las redes de afecto consanguíneas. Entonces hay un imperativo de poner el foco en la amistad, porque depende de nosotros, no de que tengamos hijos.
Y la otra es una especie de hartazgo con el amor romántico, que ha sido la forma de amor dominante en la literatura desde el Romanticismo. Se ha escrito mucho sobre la amistad, pero hace mucho. Escribió Aristóteles, escribió Montaigne, pero después la amistad como fin último de una narrativa ha desaparecido. A la gente lo que le interesaba eran las gónadas, el sexo, la pasión. El relato del amor romántico nos atrapa: ahí está la telenovela. Que se den el beso, que se acuesten, eso nos engancha. En cambio, el amor de la amistad nos aburre, porque no tiene grandes picos. Los amigos no van a terminar dándose un beso, la amistad es promiscua: uno acepta que su amigo tenga otros amigos. Es un amor tranquilo, que no se extingue.
Tras muchas conversaciones, comprobamos que el amigo puede ser alguien muy similar a uno o, por el contrario, completamente diferente; puede ser de fiar o no, tranquilo o inquieto. A pesar de esta variedad, ¿llegaron a alguna certeza?
Jacobo Bergareche: Sí, hay certezas. La primera y más evidente es que, cuando convocas a la gente para hablar de amistad, todos vienen. De hecho, el libro empieza con una frase de Shakespeare: “Nunca estoy tan feliz como cuando recuerdo a mis amigos”.
Luego, otra certeza es que la amistad es un gran problema en la vida de todos. Es decir, que sin amigos no se puede vivir. Uno siempre tiene la avidez de tener mejores amigos y, si no los tiene, de encontrarlos. La amistad es una búsqueda perpetua. Otra curiosidad es que, cuando uno pregunta a la gente por un amigo que hayan perdido, todo el mundo se acuerda de una traición.
Pero lo que no se recuerda es que la inmensa mayoría, el 99% por ciento de los amigos que se pierden, es porque se han dejado de llamar. Y un día se los encuentra por la calle y “oye, a ver si nos tomamos un café”, pero no se pone fecha.
Entre los tópicos de la amistad está el de que tiene que ser eterna, por lo que mucha gente se aferra a amistades que no necesariamente le hacen bien…
Jacobo Bergareche: Sí, hay un tópico muy claro: que los amigos de la infancia son los de verdad y que después es muy difícil hacer amigos, y las que vienen después son amistades de vínculo frágil y más prescindibles. Pero no es verdad. Un amigo de hace dos días puede ser aquel que lo entienda y al que uno le pueda hablar desde el corazón, y al amigo de la infancia lo único que le puede contar es su niñez.
Porque además es algo azaroso: no se escoge a la gente que va con uno al colegio.
Jacobo Bergareche: Tampoco parece que se elijan realmente los amigos en ningún momento de la vida. Se puede creer que, en la adultez, uno escoge a sus amistades, pero tampoco es del todo cierto. Uno busca amigos, pero si la otra persona no está en la misma disposición, esa amistad no se dará. Se encuentra en función de que el otro también esté buscando, de que exista un lugar disponible para uno. Por más que se piense "es que coincidimos en todo", a veces la vida simplemente no deja espacio para una nueva amistad.
Entonces, finalmente, un amigo, ¿qué es?
Jacobo Bergareche: Qué es un amigo, fíjate. Hubo mucha gente que intentó explicar esto… Papo Kling, una persona con la que hablamos, dijo que quizás un amigo es aquel que lo entiende sin demasiadas explicaciones. A mí me gustó esa definición, es muy buena. Rosa Montero dijo que un amigo es un perro a partir de 30 kilos.
MARIANA TORO NADER
Ethic (*)
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