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Experiencia local

Bali, la isla de Indonesia donde se vive bajo las reglas de los dioses

Esta es la única isla hinduista del país asiático y de mayoría musulmana, lo que la convierte en un destino único donde la espiritualidad y la naturaleza convergen en un solo lugar.

La temporada de lluvias se da entre octubre y marzo. Julio y agosto son meses de temporada alta, con tarifas más caras.

La temporada de lluvias se da entre octubre y marzo. Julio y agosto son meses de temporada alta, con tarifas más caras. Foto: iStock

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El libro Comer, rezar, amar, de Elizabeth Gilbert, reserva a Bali como el destino para amar, pero los tres verbos le caben perfectamente a esta isla de Indonesia, ubicada entre Java y Lombok. Bali es la única isla hinduista en un país islámico. Todo en Bali es distinto: los dioses, la gastronomía, la arquitectura, la vestimenta, por eso algún distraído puede creer que Bali es un país y no una de las 17.000 islas de Indonesia.
En Bali la espiritualidad está presente en cada balinés que vive según las reglas de sus dioses. Aquí, el hinduismo no es exactamente igual al de la India, sino que suma aspectos animistas y budistas, en un sincretismo único.
La isla tiene básicamente dos áreas que atraen a los viajeros: playas y selva. En la costa este como Nusa Dua, hay hoteles de lujo que apuestan por un público que prefiere la discreción del resort y la playa privada. En las playas sobre la costa oeste que van desde Jimbaran a Canggu, pasando por Kuta y Seminyak, hay hoteles de todo tipo, incluidos los hostels, y se multiplican los institutos de yoga, las cafeterías y los restaurantes que atraen a un público joven. Canggu se parece a una aldea hippie del siglo XXI hecha a la medida de los nómades digitales donde los sub-30 trabajan remotamente unas horas, cultivan el mindfulness y disfrutan del mar y de la vida social en la playa.
El corazón selvático de la isla es Ubud, donde este frenesí está aplacado. Una estadía ideal en Bali debería combinar playa y selva, aunque queda claro que el ADN de la isla está en Ubud. Algunas cadenas tienen hoteles en la costa, y en Ubud y ofrecen paquetes combinados con el traslado incluido. Así, por ejemplo, para llegar a un hotel en Ubud desde Jimbaran hicimos dos horas de rafting por el río Ayung, de 68 kilómetros, con algunos tramos de aguas bravas con rápidos clase II y clase III. En el trayecto pasamos una represa histórica y vimos los primeros monos y en las barrancas pobladas de palmeras y helechos gigantes.
Una tendencia creciente entre los hoteles es preparar experiencias para sus huéspedes que les permitan conocer el destino de la manera más genuina posible. Así, una noche con el runrún del río como marco de fondo, el chef Gusti nos cocinó en sokasi siete platos balineses que nos fue explicando en la barra junto a la cocina. Nos contó que sokasi se llama a la cesta de bambú, con tapa, en la que mantiene el arroz caliente, es como la lonchera básica (después la veríamos en todos los negocios de souvenirs). Ayam timbungan es un pollo preparado dentro de una caña de bambú, y bebek betutu es un pato entero cocinado doce horas en hojas de banano en una olla de barro enterrada en la tierra caliente.
El agua de manantial es considerada sagrada y existen varios templos donde los balineses realizan baños de purificación. El agua brota de la boca de doce dioses y el ritual consiste en ir de chorro en chorro rezando y mojándose la cabeza. En el centro de Ubud está el templo de Saraswati, pero, como es de imaginar, una larga fila de turistas espera su turno con su pareo alquilado. Hay otros templos de agua en el interior de la isla donde solo van locales. La condición cuando nos ofrecieron el tour es no conocer su nombre ni la localización exacta para demorar la llegada del turismo masivo.
En ese tour que hicimos en simpáticos buggies vintage también pudimos entender algo de su compleja arquitectura. A diferencia de occidente, las casas balinesas no son una única edificación, sino una serie de estructuras independientes dentro de un espacio amurallado donde conviven varias generaciones.
Hay un pabellón abierto para recibir invitados, varios dormitorios, un santuario familiar y la cocina, conectados por senderos y patios. La muralla cumple la función de alejar los malos espíritus y al frente tiene una gran puerta, ya sea abierta con dos columnas (candi bentar) o unidas en la parte superior (paduraksa o kori). Y lo más importante, cuenta con varios pequeños templos al frente (shrines). Cuanto más adinerada es la familia, más templos y ornamentos con máscaras y dioses tallados en piedra o madera tendrá.

Corazón selvático

El centro de Ubud es como un imán que atrae para ir después de las excursiones. Sobre la avenida principal, Raya Ubud, está el ingreso al templo Saraswati, que se hace desde el Ubud Water Palace después de recorrer un sendero con estanques y flores de loto. Más adelante está el museo de arte Puri Lukisan, que tiene una gran puerta abierta (candi bentar) con sus dos columnas de quince metros de alto muy ornamentadas. El museo está retirado y el estacionamiento suele ser el punto de reunión de taxistas.
En la esquina de la avenida Raya con Suweta está el Palacio de Ubud, donde vive la familia real. Construido en 1800, uno de los patios está reservado para las danzas. El palacio ocupa toda la esquina, y las dos entradas, una en cada calle, cuentan con dos grandes puertas del estilo cerrado (kori).
Cruzando la avenida, algunas calles angostas y peatonales funcionan como mercados. Uno de ellos es Jalan Kajeng, con pequeños locales que ofrecen masajes, artesanías hechas con coco, prendas estampadas con batik, sahumerios y esencias.
Para conocer Bali no hace falta más que sentarse en alguno de los cafés a observar un balinés. ¿Por qué llevan un trozo de pétalo enganchado en la oreja? ¿Por qué envuelven los árboles y monumentos con telas a cuadros? ¿Qué son esas pequeñas canastas hechas con hojas de banana con flores en el centro que se ven en el piso, en las entradas a cada casa y cada comercio?

Las terrazas de Jatiluwih

Visitar un arrozal en Bali también es un ‘must’ si se va a la isla.

Visitar un arrozal en Bali también es un ‘must’ si se va a la isla. Foto:iStock

La avenida también es el lugar para contratar excursiones, ya sea en una agencia o negociando con algún taxista. Allí conocimos a Kadek, que nos llevaría a las terrazas de arroz de Jatiluwih. Llegó puntual a buscarnos con un pétalo en la oreja. Nos contó que todas las mañanas los balineses confeccionan un canang sari como el que él llevaba junto al volante (la canastita con flores y arroz que se ve en todas partes), colocan sahumerios, dicen sus oraciones y, como final, se ponen un trocito de flor detrás de la oreja. Kadek estaba vestido como un occidental y nos explicó que el uso del pareo (sarong) y el pañuelo en la cabeza (udeng) lo reservan para las ceremonias.
Después explicó que, como tienen ceremonias todos los días, la mayoría de los hombres están vestidos en sus trajes tradicionales. Las mujeres siempre lucen su kebaya, una blusa de encaje bordada, y un sarong con una faja ancha marcando la cintura. También nos explicó que esa tela a cuadros blanco y negro con la que envuelve árboles y figuras se llama kain polen. La colocan donde creen que habitan espíritus. El blanco y negro representan los opuestos que deben coexistir para alcanzar la armonía.
De camino a las terrazas, Kadek nos señaló una granja donde elaboraban el café kopi luwak, el más exótico del mundo. Paramos para conocer el proceso: en una jaula había una civeta “de muestra”, según nos dijo la guía, ya que ellos recogen las heces de estos mamíferos que viven en las montañas llenas de cafetos. Luego limpian y rescatan los granos de café y los procesan. Nos invitó a degustar una taza de kopi luwak, mucho más suave y aromático que el café común.
Jatiluwih es un lugar para pasar el día. Hay interminables colinas sembradas de arroz en terrazas surcadas por cursos de agua y puentes que parecen una postal oriental. También hay senderos, de distinto grado de dificultad, y algún restaurante sencillo para comer... un plato de arroz y comprar un sombrero cónico de bambú.
La visita a Ubud no podía terminar sin visitar el Sacred Monkey Forest Sanctuary, un complejo de templos y reserva natural del macaco balinés de cola larga. Las recomendaciones son obvias: quien lleve comida será abordado por los confianzudos monos. La prudencia indica conservar la distancia, aunque inevitablemente se ven escenas de botellas de agua o gafas de sol arrebatadas. Los guías suelen tener trucos para lograr la “devolución”, una extorsión a base de intercambio de la prenda por un apetitoso choclo.
La casualidad hizo que durante nuestra estadía en Ubud falleciera un miembro de la familia real. Los hindúes no entierran a sus muertos, sino que los creman. Pero el día de la cremación lo deciden los hombres santos, que suele ser también un buen día para casamientos. Así es como cremaciones y casamientos coinciden.
Los muertos pasan a mejor vida con su “transporte”, que es un animal. Cada casta tiene el suyo, y el de este buen señor era el búfalo. Allí estaba entonces, junto a una torre levantada para la ocasión, un monumental búfalo violeta y dorado, montado sobre un enrejado de bambú, que sería cargado en procesión hasta el cementerio. El cuerpo pasaría de la torre al búfalo y las llamas los consumirían a ambos. Mientras los preparativos avanzaban, en el interior del palacio se celebraban danzas. Los balineses creen que todo lo que hagas en este mundo les volverá. ¿Quién no querría que le vuelvan sonrisas y buenos deseos?
SILVINA PINI 
Para La Nación (Argentina) - GDA

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