Hay un poder del que poco se habla, pero que cada vez cobra más relevancia en el mundo: el poder de la voz. Aunque intangible, este poder tiene la capacidad de convertir a quienes lo ejercen en arquitectos invisibles de las ideas que dan forma al devenir de las sociedades. No reside en la fuerza, ni en la posición política, económica o social, sino en la capacidad de construir narrativas que inspiren e influyan en la manera en que las demás personas perciben el mundo y actúan en él.
Líderes como Martin Luther King, Nelson Mandela y Gandhi demostraron que una voz puede despertar conciencias, unir voluntades, desafiar sistemas y transformar realidades. La voz, cuando es usada con responsabilidad, puede ser un motor de cambio profundo.
Aunque todos contamos con una voz, en un mundo sobresaturado de información y estímulos, donde las redes sociales amplifican algunos mensajes, inevitablemente terminamos eligiendo como referentes aquellas voces que más resuenan. Si bien estas voces no tienen por qué cargar con la moral de un país, sí deben comprender la responsabilidad que tienen con lo que comunican y proyectan.
No hace falta ser un líder mundial para ejercer el poder de la voz con responsabilidad. Un ejemplo poderoso de este compromiso es el periodista Jesús Abad Colorado. Su voz trasciende las palabras. Con sus fotografías deja testimonio de lo que ha sido la violencia en este país, tanto desde el lado del dolor como desde la resiliencia, y nos confronta con nuestra historia al juntar "los fragmentos de ese espejo roto" en el que evitamos mirarnos como sociedad.
El poder de la voz no solo es un privilegio, es una responsabilidad.
Sin embargo, no todas las voces influyentes usan este poder con la misma sensibilidad y compromiso. Cuando artistas como Karol G, J Balvin, Maluma, Blessd, Ryan Castro, DFZM y el productor Ovy On The Drums se reúnen para cantar una canción, generan una alta expectativa alrededor de qué es lo que van a transmitir. Esta unión del talento colombiano en el género urbano sorprendió con un resultado desconcertante: una canción que promueve la sexualización de menores, tanto que se vieron obligados incluso a cambiar parte de la letra –fourteen por eighteen– para tratar de aligerar algo de la controversia.
Ante este episodio uno se pregunta si ellos son conscientes de que el poder de su voz trasciende la entonación, el ritmo y el volumen; que la letra importa. ¿En aras de "facturar", las narrativas, ideas y emociones que transmiten dejaron de tener valor? ¿Perdieron esa sensibilidad que los hacía artistas, o nunca la tuvieron?
Quienes se dedican al arte tienen una habilidad singular para tocar fibras invisibles, conectar con lo intangible y despertar emociones. Pueden estimular reflexiones e, incluso, ayudarles a otros a amplificar su voz. Recibieron una voz por alguna razón, así que deben cuestionarse constantemente para qué la están usando. ¿Para inspirar o para estigmatizar? ¿Para contar historias que eleven o historias que trivialicen? En últimas, cada canción termina siendo una apuesta narrativa que despierta anhelos y aspiraciones. Basta con que elijan conscientemente sus palabras y comprendan el eco que su voz puede generar. Al final, el reconocimiento y la visibilidad no solo son un logro, sino una oportunidad para mostrar en qué tipo de persona se están convirtiendo.
En un país como el nuestro, donde los enredos cada vez están más anudados, quienes tienen millones de oídos atentos deberían utilizar su voz para construir puentes, sembrar esperanza, transformar narrativas y movilizar ideas que propendan hacia el bien común, no para profundizar grietas. El poder de la voz no solo es un privilegio, es una responsabilidad.