En esta nueva etapa de la guerra, marcada por la codicia, es crucial replantear las estrategias para contrarrestar el control territorial que los grupos armados están ejerciendo sobre el territorio. Para enfrentar problemas distintos, se requieren soluciones innovadoras.
Una de las estrategias más efectivas aplicadas en el pasado para cambiar la balanza de fuerzas con las Farc fue la neutralización de objetivos de alto valor. Sin embargo, hoy este propósito ha perdido relevancia. La evidencia muestra que los avances en este frente conducen, por un lado, a situaciones en las que los líderes de estas organizaciones continúan controlando sus estructuras desde las cárceles, sin preocuparse siquiera por su seguridad, y, por el otro, a escenarios donde los mandos medios ven la captura o neutralización de sus superiores como una oportunidad de ascenso, en lugar de un factor desmoralizador.
Más que atacar la estructura armada, hay que hacerle frente a su estrategia de control y dominio territorial. Combatiendo a las organizaciones se alcanzan resultados tácticos, pero no se logra desmantelar las estructuras. Enfrentando su estrategia es como se puede cambiar la balanza de fuerzas en el país. Para ello es crucial conocer las fuentes que les otorgan poder para someter a las comunidades.
La paz en Colombia se teje a partir de tres pilares fundamentales: la presencia efectiva del Estado, el reconocimiento de la dignidad del otro y la generación de oportunidades.
La primera de ellas se origina en la ausencia o débil presencia del Estado en el territorio. Ante este vacío, se convierten en el agente que "resuelve" los problemas prácticos de su entorno. Su oferta es cada vez más amplia, e involucra servicios básicos, "empleo" y "seguridad". De ahí la importancia de fortalecer la presencia efectiva del Estado en el territorio en todas sus dimensiones: seguridad y justicia, provisión de bienes y servicios públicos, y garantía de derechos.
La segunda fuente de poder proviene de los múltiples recursos ilícitos de financiación que en muchas regiones se entrelazan con esquemas lícitos y se convierten en la única “oferta” económica viable para poblaciones vulnerables. Si el Estado combate estas fuentes de ingreso sin ofrecer alternativas reales de desarrollo económico, el resultado obvio es poner a las comunidades en su contra. En lugar de focalizarse exclusivamente en la represión, es necesario generar empleo y promover la inclusión productiva con proyectos de infraestructura local (carreteras, hospitales, escuelas, etc.), que, además, le hacen bien al territorio.
Por otra parte, el dinero ilícito resulta atractivo si puede ser utilizado sin restricciones, por lo que es crucial un control efectivo del lavado de activos para desarticular las redes financieras que sostienen a estas organizaciones.
La tercera fuente de poder está en la intimidación que su presencia es capaz de ejercer. En estos contextos, donde los de las estructuras armadas son parte de las comunidades que dominan, la resistencia civil y la sanción social pueden ser más poderosas que el uso de la fuerza. Por ello es crucial promover el empoderamiento comunitario, fortaleciendo liderazgos locales y organizaciones sociales de base, e impulsando otro tipo de referentes.
Finalmente, debemos tener claro que la paz en Colombia se teje a partir de tres pilares fundamentales: la presencia efectiva del Estado, el reconocimiento de la dignidad del otro y la generación de oportunidades. Para evitar que la violencia continúe mutando y que las organizaciones armadas sigan expandiendo su dominio, es fundamental avanzar de manera decidida en estos tres frentes. Si queremos vivir algún día en un país en paz, no podemos olvidar que “la guerra comienza en la mente de los hombres y allí debe terminar”, como dijo Carl von Clausewitz.