Para transformar, primero hay que comprender. Y para comprender, hay que salirse de la caja, cuestionar lo evidente y reevaluar los supuestos y estigmas que traemos. Esto implica intencionar la búsqueda de visiones distintas de una misma situación, lo que supone incomodarse para observar y escuchar cómo se ven, se viven y se sienten las realidades desde los ojos de los demás.
En la Alianza Medellín Cero Hambre está ocurriendo algo muy poderoso. Más de 200 madrinas, además de conseguir donaciones, acompañan a Medellín Solidaria en la entrega de bonos alimenticios a hogares previamente identificados. En lugar de esperar a que sean otros quienes actúen, han decidido “ponerse”, reconociendo en ellas su propia capacidad de transformación.
Esta decisión las ha llevado a recorrer lugares que no conocían y que, hasta entonces, les eran ajenos; a cruzar fronteras invisibles —físicas y mentales— que durante años han dividido la ciudad. Con cada visita, acercan mundos improbables y tejen paz. Al invertir su tiempo en conocer estos hogares y escuchar a las familias, las madrinas están dignificando, reconociendo y valorando al otro; pero, sobre todo, están enriqueciendo y alimentando su corazón.
Cuando uno entra a esos hogares y escucha sus realidades, se da cuenta de que, además de la imperiosa urgencia que tienen de satisfacer sus necesidades básicas —empezando por la seguridad alimentaria—, hay otras carencias profundas e invisibles que los aquejan. Me refiero a la desesperanza, la desmotivación, la soledad y el cansancio. Si bien uno podría pensar que lo primero que surge es enojo y rabia, paradójicamente es lo que menos se percibe. Por el contrario, se siente una resignación que encoge el horizonte, centra la atención en la subsistencia y el futuro inmediato —hoy y esta semana—, y deja poco espacio para imaginar el mediano y largo plazo.
La mayoría de estos hogares son liderados por mujeres adultas, solas, al cuidado de sus hijos o nietos. Mujeres con la mirada triste, con pocas redes de apoyo, en situación de espera permanente y con la carga emocional de vidas muy duras.
Las grandes transformaciones también nacen de gestos sencillos, humanos y profundamente significativos que generan cambios de fondo en el tejido social.
Mujeres que, por estar siempre pensando en los demás, carecen de tiempo para dedicarse a sí mismas.
“Muñequita, la vida me ha tratado muy duro”, nos dijo una mujer de 81 años que tuvo 12 hijos debajo de un puente. Pese al desencanto que tenía con su existencia, hablaba con dulzura y amabilidad. Hoy vive con dos de ellos, ya adultos, quienes padecen una enfermedad degenerativa huérfana que, según nos dijo, “casi no atienden” en el sistema de salud.
Increíblemente, lo que más agradecen las personas no es el bono alimenticio que reciben, sino la visita misma. La posibilidad de tener personas adultas en su casa con quienes conversar, que en el fondo les están transmitiendo: “Usted vale, usted nos importa”.
Sin duda, hay que garantizar oportunidades. Pero el componente humano termina siendo fundamental. No hay una forma más rápida, barata y eficiente de iniciar transformaciones profundas en una sociedad que apostarle a la dignidad. Además de la oportunidad material del alimento, son la mirada horizontal, la escucha genuina y el reconocimiento profundo lo que transforma. Y esa parte humana es, además, gratis. Por tanto, no hay excusa para equivocarnos como sociedad allí.
En el ejercicio de Madrinas Cero Hambre, se empieza a tejer una telaraña —invisible, sensible y poderosa— de encuentros que elevan el nivel de conciencia de muchas personas sobre distintas realidades del país. Las grandes transformaciones también nacen de gestos sencillos, humanos y profundamente significativos, que generan cambios de fondo en el tejido social.