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Análisis
El 2025, un año decisivo para el futuro de la Amazonia
La región enfrenta un punto crítico, exigiendo reducir emisiones y mejorar la adaptación climática.
Entre noviembre de 2023 y octubre de 2024, la selva amazónica enfrentó aumentos anuales de la temperatura media superior a los 2º. Olas de calor, sequías e incendios sin precedentes han asolado la región; la deforestación sigue siendo muy alta y los pueblos indígenas y las comunidades locales se han enfrentado a amenazas cada vez más numerosas contra sus medios de vida y su bienestar.
La amenaza que representan estas tendencias no puede ser exagerada. La Amazonia se está acercando rápidamente a un punto de inflexión, más allá del cual la muerte regresiva de los bosques podría causar una degradación permanente. La transformación de la región en áreas de autosecado de vegetación abierta causaría estragos en la inigualable biodiversidad del bioma, sus sistemas alimentarios y los medios de vida de sus 47 millones de habitantes. También destruiría un sumidero de carbono vital y una poderosa fuente de humedad para América del Sur: los ‘ríos voladores’ que sustentan los sistemas de lluvias muy al sur de la cuenca del Amazonas.
Incendios en la Amazonia Foto:Reuters
A pesar de las amplias oportunidades para los esfuerzos multilaterales para restaurar la Amazonia, los resultados hasta ahora han sido lamentablemente inadecuados. En octubre, los líderes se reunieron en Cali (Colombia) para la 16.ª Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (COP16). Unas semanas más tarde se dirigieron a Bakú (Azerbaiyán) para la 29.ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29). Pero ninguna de las dos reuniones dio los resultados necesarios.
Sin duda, la COP16 trajo consigo la adopción de un nuevo “programa de trabajo”, que debería mejorar la capacidad de los pueblos indígenas y las comunidades locales para contribuir a la conservación de la biodiversidad. Pero solo 44 de las 196 partes en el evento lograron producir nuevos planes nacionales de biodiversidad. Del mismo modo, si bien la COP29 trajo el lanzamiento de la Declaración Forestal de Bakú, los compromisos de financiamiento climático estuvieron muy por debajo de las necesidades de las economías en desarrollo, y los negociadores no lograron alcanzar un nuevo acuerdo sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Ni la deforestación ni el uso de la tierra se mencionaron en la Agenda de Acción Presidencial de la COP29.
La COP29 se realizó del 11 al 22 de noviembre de 2024 en Baku, Azerbaiyán. Foto:Tomada de X: @COP29_AZ
A pesar de estas decepciones, algunos países mostraron iniciativa en 2024. En la COP29, Brasil, hogar de alrededor del 60 % de la selva amazónica, se convirtió en el segundo país en lanzar su nueva Contribución Determinada a Nivel Nacional en el marco del acuerdo climático de París de 2015. El plan incluye una reducción de las emisiones netas de GEI a aproximadamente un 60 % por debajo de los niveles de 2005 para 2035.
Además, como anfitrión de la Cumbre de Líderes del G20 2024, en Río de Janeiro en noviembre, el país obtuvo el respaldo para el Mecanismo Bosque Tropical para Siempre, un nuevo fondo –que se espera atraiga $ 125.000 millones en inversión inicial– que recompensará a los países por conservar los bosques tropicales, incluidas áreas desde la Amazonia hasta Borneo y la cuenca del Congo.
Otra visión brasileña se materializó en la Cumbre del G20. La Iniciativa del G20 sobre Bioeconomía tiene como objetivo liberar el potencial de la bioeconomía para avanzar hacia un futuro sostenible y fomentar el crecimiento económico inclusivo. En Río, los de la iniciativa acordaron diez Principios de Alto Nivel para guiar el desarrollo de la bioeconomía.
Brasil también colaboró con los países del G20 para lanzar, en noviembre, la Coalición Financiera de Restauración y Bioeconomía de Brasil para impulsar la conservación y restauración de los bosques del país. Al tiempo, ha igualado su liderazgo mundial con un impulso para reducir la deforestación en el país. En 2024, su tasa de deforestación alcanzó su nivel más bajo en nueve años. Algunos otros países amazónicos están siguiendo su ejemplo. Colombia, por ejemplo, redujo la deforestación a su nivel más bajo en 23 años en 2023, reduciendo a la mitad la pérdida de bosques primarios en comparación con el año anterior. Pero otros se están moviendo en la dirección opuesta: en Bolivia, la pérdida de bosque primario aumentó un 27 % en 2023.
La COP30 de este año en Belém (Brasil), la primera de este tipo que se celebra en la Amazonia, ofrece la oportunidad de aprovechar los avances recientes y cerrar brechas importantes. Una de las principales prioridades de la conferencia, para la que los países ya deberían estar preparándose, debería ser asegurar un compromiso global para lograr cero deforestación en la Amazonia para 2030 y cero emisiones netas globales de GEI antes de 2050. Durante la Cumbre del G20, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, desafió a los países a alcanzar el cero neto para 2040 o 2045, objetivos esenciales para combatir la emergencia climática.
Se necesitarán fondos y apoyo específicos para restaurar los ecosistemas, mejorar la resiliencia, conservar la biodiversidad y proteger los derechos y medios de vida de los pueblos indígenas y las comunidades locales que dependen de la Amazonia y son sus es y protectores. El aumento de la financiación climática y la expansión de las áreas protegidas y los territorios indígenas son esenciales. También se deben tomar medidas para proteger y fortalecer las sociobioeconomías amazónicas, tanto promoviendo el uso sostenible y la restauración de “bosques en pie saludables y ríos caudalosos” como invirtiendo en ciencia, tecnología e innovación relevantes.
Ahora, con la supervivencia de la Amazonia en juego, necesitamos esfuerzos inmediatos, concretos y colaborativos para reducir las emisiones y canalizar más recursos hacia la adaptación al cambio climático y la conservación de los ecosistemas
Las conversaciones mundiales sobre el clima han dejado multitud de grandes promesas y asociaciones de alto perfil, pero cuando se trata de acciones reales, siempre se han quedado cortas. Ahora, con la supervivencia de la Amazonia en juego, necesitamos esfuerzos inmediatos, concretos y colaborativos para reducir las emisiones y canalizar más recursos hacia la adaptación al cambio climático y la conservación de los ecosistemas. Si la COP30 no cumple, corremos el riesgo de perder la Amazonia por completo.
(*) Profesor de la Universidad de São Paulo y copresidente del de Ciencia para la Amazonia.
(**) Profesora de la Universidad de Wageningen y copresidenta del mismo .
Combatir el cambio climático exige una mentalidad diferente
Sonia Guajajara, ministra de Pueblos Indígenas de Brasil. Foto:Página web Secretaria de Comunicação Social de Brasil
Los desastres climáticos que están sucediendo en todo el mundo demuestran que el planeta está en un punto crítico. Afortunadamente, todavía podemos aprovechar la oportunidad para redefinir nuestros paradigmas de desarrollo económico y social. Además de preservar y restaurar nuestros bosques, debemos poner fin a nuestra dependencia de los combustibles fósiles e incorporar las energías renovables.
Con su conocimiento ancestral, los pueblos indígenas son un activo invalorable a la hora de confrontar este desafío. A pesar de que allí vive solo el 5 % de la población global, nuestras tierras preservan más del 80 % de la biodiversidad del mundo. Con ese objetivo, en Brasil estamos decididos a combatir la deforestación y defender la demarcación, protección y gestión ambiental de los territorios indígenas. Este tipo de medidas son esenciales para preservar la biodiversidad, limitar las emisiones de dióxido de carbono y evitar el punto de no retorno para biomas esenciales como el Amazonas.
Pero el cambio climático es una crisis global. Los modelos económicos insostenibles construidos con base en combustibles fósiles afectan de manera desproporcionada a las poblaciones más vulnerables.
Pese a los claros peligros que plantean estos combustibles, las inversiones significativas en estas fuentes de energía siguen su curso. Una justificación habitual es que la quema de combustibles fósiles arroja beneficios económicos, pero los costos humanos, financieros y ambientales de nuestra obsesión por los combustibles fósiles son cada vez más claros.
Tenemos el derecho de decidir qué tipo de mundo queremos construir. ¿Seguimos en el camino marcado por una lógica explotadora que cada vez se vuelve más en nuestra contra, o cambiamos el curso y empezamos a valorar nuestro conocimiento ancestral? Si elegimos la segunda opción –como debemos hacer–, necesitaremos garantizar el consentimiento libre, previo e informado de todas las comunidades involucradas en cualquier proyecto nuevo, no solo para proteger los derechos, sino para garantizar resultados más efectivos.
La tecnología y el conocimiento para una transición justa ya existen. Muchos países ya han hecho progresos significativos en esta dirección, lo que demuestra que un futuro sostenible es posible y económicamente viable. Las tragedias que se desarrollan a nuestro alrededor deberían ser un llamado de atención para que todos los países pongan fin a la exploración de combustibles fósiles, reduzcan lo más posible su uso e inviertan en energía renovable, en la bioeconomía y en infraestructura resiliente.
La crisis climática es una oportunidad para revaluar nuestras prioridades. La naturaleza ya nos ha dado muchas advertencias, y también nos ofrece soluciones. Pero la mitigación del cambio climático no sucederán automáticamente. Se requiere financiación, políticas concretas y cooperación global. Escucharemos muchos discursos ambiciosos en los próximos meses, pero si no están respaldados por planes de implementación integrales, no serán más que pura palabrería.