Estaba yo en Roma en la producción de la película de Sergio Leone Érase una vez en América, con Robert de Niro; estaba entrando a la oficina del director cargado de fotos, cuando en el interfono "para Salvo en la línea 3, el señor García-Márquez".
Tuve una reacción inmediata y regué en el escritorio de Sergio todas las fotos para el casting de los gánsteres menores: –"Alo, ¿Gabito?". Y mientras hablaba con él, Sergio me hizo señas de invitarlo a cenar. –"Gabo, aquí te quieren invitar a cenar Sergio Leone y Robert de Niro. Les encantaría". Gabo contesta feliz, pero me dice: "espérate, voy a preguntarle a Mercedes". Ella aceptó la invitación y esto se volvió el hecho del día en Cinecitta. Todo el mundo comenzó a recomendarse para ser invitado a esta cena histórica, pero al final Sergio limitó la participación porque quería hablar con Gabo. Gabo tenía un compromiso para medirse sus famosos botines de 500 dólares. Así que por la noche la mesa fue Gabo y la Gaba, Deniro, Sergio Leone, Dalila di Lazzaro, una pareja de venezolanos amigos de los Gabos y mi persona.
A una pregunta sottovoce de Sergio, Gabo en voz alta dijo la siguiente frase para cerrar la conversación: "Cien años no se va a tocar hasta el día que yo me muera".
La conversación era muy interesante, Gabo chapuceaba algo de italiano, Deniro en su italiano de Little Italy, Sergio en su inglés de cowboy, formaban un grupo heterogéneo con un idioma común que era un inglés inventado y a veces un italiano mafioso.
Todo andaba sobre rieles cuando a una pregunta sottovoce de Sergio, Gabo en voz alta dijo la siguiente frase para cerrar la conversación: "Cien años no se va a tocar hasta el día que yo me muera". Un aire gélido cortó la comunicación. Afortunadamente, la llegada del gran campeón mundial Mohamed Alí, con un famoso periodista italiano amigo de Gabo, fue la aparición oportuna para olvidarnos de las palabras de Gabo, que le dijo no a 700 millones que Sergio podía conseguir solo con un sí del autor.
El ambiente mejoró enseguida y se tomaron fotos de la reunión. Una de estas fotos que yo tomé estaba enmarcada en el estudio mexicano de Gabo y fue otra cosa que vendieron los descendientes, tal como había previsto la Gaba, quien le dijo a Jacqueline, mi mujer, que de seguro las nueras y los nietos se desharían de sus cosas. Hasta donaron su famoso saco de cuadros claro a unas fundaciones mexicanas y los cien años de Gabo se volvieron los cien de Netflix, donde Macondo en pocos años se volvió milagrosamente en una capital de provincia y tuvieron que recurrir a una voz off para explicar los enredos de la familia Buendía con sus amores, desamores e incestos.