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El mapa de la realidad

Cada quien cree a rajatabla en lo que quiere creer, confundiendo ese capricho con la realidad.

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En aquellos días (eran los atroces años ochenta) los noticieros se transmitían desde Inravisión, la empresa pública de medios que estaba en manos de un combativo y poderosísimo sindicato, cuyos resultaban determinantes para que cada emisión saliera bien, pues eran ellos los que operaban todo en vivo y en directo mientras los periodistas trabajaban en la distancia y cruzaban los dedos y rezaban para que no fueran tantos los errores.

Una vez, contaba Mauricio, el operador de las imágenes se emborrachó y sacó un mapa de Colombia al revés, lo cual, desde otro punto de vista, era una reveladora metáfora del destino de este país desdichado en esa época y en todas. Pero como Mauricio era un esteta y un perfeccionista, no pudo dormir esa noche de la angustia y la desolación que le produjo esa escena, para él imborrable, de su pobre patria patasarriba y desvencijada.

Al día siguiente, a primera hora, Mauricio fue a quejarse con el director de Inravisión. Iba con el video en la mano, me lo imagino igual que siempre: discreto y amable, de una bondad y una decencia sobrecogedoras. El director llamó al presidente del sindicato y ambos vieron varias veces el video, se miraron como si nada, impávidos, y uno de ellos, ya no recuerdo cuál, dijo con toda seguridad y desvergüenza: “El mapa no está al revés, señor Gómez”.
Las redes sociales han engendrado un verdadero infierno totalitario, de profundas e innegables consecuencias por fuera de ellas, eso es lo grave, en el que no hay diálogo ni discusión posibles.
Mauricio insistió, suplicó, casi: “Pero mire, mire, mire…”. La respuesta fue siempre la misma: “El mapa no está al revés, señor Gómez”. He vuelto a esa historia porque me parece que en ella hay como un reflejo o una caricatura, una parábola, mejor, de lo que son las discusiones políticas en la Colombia de hoy, todavía colgando de cabeza en un andamio. Nadie reconoce la realidad, a nadie le importa.

Es un suceso mundial, además, la nueva expresión de un orden político en el que el consenso de la realidad, siempre tan frágil y precario pero inevitable para que haya un mínimo de convivencia y racionalidad, se disolvió hace mucho, por eso tanta gente ––demasiada–– solo cree y acepta aquello que coincida con sus inamovibles prejuicios, sus delirios más arraigados, sus obsesiones y manías disfrazadas de evidencias.

Quizás fue siempre así, claro, pero las redes sociales han engendrado un verdadero infierno totalitario, de profundas e innegables consecuencias por fuera de ellas, eso es lo grave, en el que no hay diálogo ni discusión posibles, no puede haberlos porque cada quien cree a rajatabla solo en lo que quiere creer, confundiendo esa percepción o ese capricho con una versión infalible e inobjetable de la realidad.

Es un estado de alienación colectiva en el que a veces hay cinismo y mala fe, puro cálculo, pero a veces hay también una gran ingenuidad, una sincera y bienintencionada suspensión de la incredulidad en nombre de las lealtades de partido, la fe en un caudillo, la ilusión de una sociedad mejor. En ambos casos el resultado es el mismo: la imposibilidad absoluta de una discusión de verdad, para qué si ya todo está resuelto de antemano.

Lo increíble es que muchos de los más dogmáticos y apasionados voceros de esa forma de pensar, por darle el nombre que no es, lo son convencidos de que están librando una batalla heroica contra la mentira y la manipulación.

Ven solo el mapa que quieren ver, tan tranquilos, y eso no va a cambiar.

www.juanestebanconstain.com

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