Alemania, una de las influyentes potencias de la Unión Europea, celebró elecciones generales el domingo pasado. Como se sabe, el ganador fue el candidato conservador, el demócrata-cristiano Friedrich Merz, de 69 años, y por ende será el potencial canciller, o en la práctica, jefe del Gobierno.
Esta elección es muy importante. Comenzando porque se da en un punto clave de la política europea. Y sobre todo en un momento crucial en el ajedrez mundial. En lo interno significa que Merz podrá jugar de local con los socialdemócratas, hoy en el Gobierno, pero los mayores derrotados de la jornada, con quienes muy probablemente va a conformar un gobierno de coalición. Es claro que las urnas le dieron la victoria, pero también lo es que la extrema derecha ha repuntado con fuerza, y estará allí, alerta, lista a cobrar, mientras el electorado exige resultados prontos.
Uno de ellos, una recuperación económica, porque Alemania ya no es hoy, lamentablemente, el país industrial boyante. Hace un par de años enfrenta recesión. El tema migratorio es otra papa caliente, que la mayoría exige controlar. La política compasiva y humanitaria de Angela Merkel, quien dio asilo a millares de personas, que se quedaron en el país, seguramente será cosa del pasado. Más con el agravante de los atentados y la sensación de inseguridad de los últimos días.
En el plano internacional, Merz llegó hablando duro con la esperanza de recuperar el liderazgo perdido. "Mi prioridad es que Europa logre la independencia de EE. UU.", dijo. Y está el espinoso asunto de Ucrania, país al que Berlín respalda con armas, pero que se enfrenta al fin del apoyo de Trump, que a su vez quiere forzar una paz sin Kiev y sin los europeos.
Hay muchas incógnitas y desafíos. Pero, en todo caso, hay que alegrarse cada vez que un gobernante es elegido en las urnas, democráticamente. Y esperar que sus dirigentes electos acierten, por el bien de su pueblo y, como en el caso, del resto del mundo.