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Editorial

La dictadura se consolida

Con su ilegítima posesión, Maduro acaba de apuntalar su paso al despotismo.

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Lo sucedido en la mañana del viernes en el Legislativo venezolano es la dramática y dolorosa constatación de que en el país vecino, con el que Colombia comparte una frontera de más de 2.200 kilómetros, se consolida, a fraude, fuego y represión, una dictadura.
Así, con todas sus letras, con la brutal dimensión de lo que significa para la democracia y la institucionalidad, y con todo lo que esto implica para la estabilidad de nuestro país y de la región, el régimen de Nicolás Maduro acaba de reunir los requisitos para pasar a la historia como el sátrapa que, sobre la sangre de sus compatriotas, sobre el padecimiento de los más de 8 millones de inmigrantes, sobre las páginas de la Constitución que labró el difunto Hugo Chávez, sobre los más de 2.000 prisioneros políticos torturados y amenazados y sobre la voluntad de los más de 7 millones que le dieron el triunfo al opositor Edmundo González en las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio, asumió ilegítimamente el poder en una de las mañanas más tristes en la historia reciente del continente americano.
Y no es que en sus 12 años en el poder, Maduro se hubiera ahorrado las señales inquietantes del camino que su ‘revolución’ iba a tomar. Pero a la concentración de poder, a la disolución de la división de los poderes públicos, al confinamiento y la persecución de la sociedad civil, a la tortura, secuestro y asesinato de opositores y a los graves señalamientos de narcotráfico y corrupción contra él y su entorno se sumó el golpe de Estado que perpetró al usurpar el cargo que en justicia le corresponde a González Urrutia. Así lo demuestra el 85 por ciento de las actas reveladas por la oposición y que fueron verificadas y certificadas por el Centro Carter, el único organismo observador que permitió el oficialismo el día de los comicios.
Maduro se hizo investir sin que la autoridad electoral cumpliera el mandato legal de mostrar los resultados consolidados. En el pequeño salón en donde se apresuró el acto de posesión, solo dos jefes de Estado lo acompañaron, justo los de las naciones con regímenes autocráticos del continente: Nicaragua y Cuba. Simbólico. Los demás fueron funcionarios de menor rango, lo que deja en evidencia las dudas sobre la legitimidad de lo sucedido. Tal sería la vergüenza.
Por eso no sorprendió que ejecutado el asalto a la democracia varios países hubieran desatado una nueva oleada de sanciones, hasta el punto de que Estados Unidos, por ejemplo, elevó la recompensa que ofrece por la captura de Maduro, de Diosdado Cabello y del ministro de Defensa, Vladimir Padrino. Por cada uno de los dos primeros serían 25 millones de dólares, con lo que los equipara al terrorista Osama bin Laden. Aunque, hay que decirlo, Washington aún no revoca las licencias petroleras.
Colombia debe lidiar con una dictadura y eso no significa cohonestar, sino exigir el regreso de la democracia y el respeto a las libertades. Persistir en las medias tintas ante Maduro pone al país en el lado incorrecto de la historia
En la relación hacia el futuro con Caracas, ni la comunidad internacional en general, y menos Colombia en particular, pueden llamarse a engaños. Hablar de diálogo es darle munición al autoritarismo. Desde ya se prevén el regreso del aislamiento internacional y el camino de las sanciones. A pesar de que el gobierno Petro insistió en su equivocada tesis de que enviar como representante a la investidura al embajador Milton Rengifo no significaba un reconocimiento del triunfo de Maduro ni su legitimación, y que privilegiaba la relación de hermandad de los dos pueblos sobre cualquier consideración política, cae en un inmenso dilema: ¿cómo y bajo qué parámetros una de las democracias más estables y centenarias del hemisferio va a relacionarse con una tiranía violadora de derechos humanos y va a permitir que tenga participación en asuntos claves como la búsqueda de la paz?
El hecho real es que Colombia debe lidiar con una dictadura en el vecindario. No significa cohonestar, significa exigirle el regreso de la democracia, el fin de las violaciones de los derechos humanos y el respeto a las libertades. Persistir en las medias tintas ante un régimen dictatorial ya oficializado deja muy mal parado a nuestro país, en momentos en que, incluso, caracterizados gobiernos de izquierda como el del chileno Gabriel Boric –que no tuvo ningún representante en el acto de posesión ilegítima en Caracas– piden firmeza y ruptura con Maduro, dando un ejemplo de coherencia histórica y magistratura moral. Nada tan contradictorio y ambiguo como la cuerda floja en la que pretende caminar la diplomacia del presidente Petro. Peligroso juego, pues al final, como ha sucedido en el pasado, si Miraflores entiende que Bogotá no es funcional a sus intereses, y ante el escenario del no reconocimiento oficial de Maduro, no debería sorprendernos que la ruptura diplomática venga de su lado.
Más allá de eso, es insoslayable reconocer y poner muy en alto el sacrificio, la dignidad y la resiliencia del hermano pueblo venezolano, de la oposición y de líderes como María Corina y Edmundo en su lucha contra la tiranía. Un contundente mensaje para aquellos que destrozan las democracias por sus defectos e insuficiencias, pero que, como millones de venezolanos, dentro, o en el exilio, claman por su pronto regreso. Hoy, más que nunca, ¡gloria al bravo pueblo!, que no está solo en su lucha por buscar el retorno a las plenas libertades y derechos democráticos. Ese es el lado correcto de la historia en el que debe pararse con dignidad Colombia.
EDITORIAL

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