Hace más de una década, en agosto de 2012, un trabajo periodístico de esta casa editorial titulado 'Cuatro años para salvar el agua de Bogotá' recibió el premio Rey de España. Hoy podemos decir que incluso más que este importante reconocimiento, muy merecido por supuesto para quienes participaron en ese trabajo, una valiosa recompensa hubiese sido que las advertencias que contenía ese especial hubiesen sido oportunamente atendidas por los responsables en distintos niveles de garantizar la seguridad hídrica de la capital.
Esto a propósito del año que mañana se cumple del racionamiento de agua en Bogotá. Nunca antes había ocurrido algo así en la capital del país: 365 días en los que la mayoría de sus habitantes han experimentado escasez periódica del líquido, con todo lo que esto acarrea, a excepción de los residentes de conjuntos que en actitud poco cívica no han acogido la medida, apelando a sus tanques de reserva. En varios casos, y sea la oportunidad de alertar sobre esta situación, el servicio se demora hasta 48 horas en volver a los hogares.
A la luz de la nueva realidad ambiental, el aprovechamiento de aguas lluvias es una obligación. Los recursos y la tecnología deben dedicarse a ese fin.
Por suerte, la actual ola invernal permite abrigar esperanzas sobre un pronto fin de la restricción. Más allá de la diferencias de visión entre la CAR y la Alcaldía sobre qué tan viable es poner fin a los cortes, es claro que si se mantiene el volumen de precipitaciones este esperado día llegará más temprano que tarde. Y es el momento de advertir que el posible fin del racionamiento no puede llevar a pasar la página y a cerrar la discusión urgente y necesaria no solo sobre la provisión de agua para Bogotá, sino también en relación con el uso que la gente le está dando al líquido.
Hay una realidad: el crecimiento urbano, sumado a la crisis climática, obliga a transformaciones de fondo que pasan por nuestra relación con este recurso vital. Es necesario terminar de ampliar Tibitoc, explorar la posibilidad de recurrir a aguas subterráneas; claro que sí. Urge, igualmente, pensar en obras de infraestructura que se concentran en la cuenca alta del río Bogotá, que es donde, según las proyecciones, aumentarán las lluvias en el futuro. Pero una cosa es cada vez más clara y es que en esta nueva realidad la manera de consumir el agua tiene que cambiar, sí o sí. De una forma dura los bogotanos nos hemos dado cuenta de que los recursos naturales, en este caso el preciado líquido, no son inagotables. Si algo ha enseñado este racionamiento –y aquí hay algo positivo–, es que es necesario cuidar el agua, darle buen uso y buscar cómo reutilizarla.
El llamado es claro: los responsables a nivel distrital y nacional deben liderar una búsqueda en los campos de la ciencia, la tecnología y la innovación para que cada vez más se reutilice el agua en hogares, empresas y oficinas. El aprovechamiento de aguas lluvias es una obligación. Los recursos y la tecnología que se han invertido en captar agua y en construir embalses deben ahora dedicarse, en parte, a buscar maneras en cada barrio, en cada unidad residencial, en cada hogar, de que el agua que cae, así como la que sobra del uso doméstico y que está en condiciones aceptables, puede utilizarse en otras labores. Se trata, y esta es la principal lección de este largo racionamiento, de la obligación de cambiar un paradigma. No hay alternativa.