El Senado de la República está a punto de tomar una decisión crucial: elegir a quien ocupará la silla que deja la magistrada Cristina Pardo Schlesinger en la Corte Constitucional. Como ocurre con cada nombramiento en este alto tribunal, no solo está en juego el perfil de una persona, sino el mensaje institucional que se envía.
Así las cosas, hay por lo menos dos consideraciones que bien harían los senadores en ponderar con especial detenimiento. La primera tiene que ver con la composición de la Corte en términos de género. La salida de Pardo reduce a tres el número de mujeres en la alta corte. Preservar ese equilibrio es, más que un gesto simbólico, una afirmación de la diversidad que debe caracterizar al tribunal que interpreta, nada menos, el espíritu de la Constitución. Y no puede olvidarse que fue este mismo gobierno el que en campaña enarboló, con razón, la bandera de la equidad de género. Un compromiso que muchas de sus votantes aún esperan ver reflejado en decisiones como esta.
Como ocurre con cada nombramiento en este alto tribunal, no solo está en juego el perfil de una persona, sino el mensaje institucional que se envía
Hay también otra dimensión que no puede pasar inadvertida. Uno de los ternados, y al que los conocedores le dan las mayores opciones, el abogado Héctor Carvajal, está a solo tres años de alcanzar la edad límite que claramente fijan la ley y la jurisprudencia para ejercer como magistrado. Si bien ha presentado un argumento jurídico en defensa de su permanencia, este ha sido cuestionado duramente por destacados constitucionalistas. Con todo, más allá del debate técnico, lo razonable es que el Senado priorice perfiles con vocación de permanencia y capacidad de proyección a largo plazo.
La Corte necesita personas independientes, rigurosas y comprometidas con el interés general. Pero también reflejar, en quienes la integran, valores que hoy son irrenunciables: equidad, pluralidad y un conocimiento a fondo del derecho constitucional. Decidir a la luz de estos principios será siempre lo más sensato.
EDITORIAL