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Noticia
Tres iniciativas sostenibles que niños implementan en colegios del sur de Bogotá
De 2.160 instituciones educativas que hay en la ciudad, al menos 360 coordinan proyectos ambientales. Lecciones de alumnos y maestros para cuidad la biodiversidad.
El programa de acompañamiento en Huertas Escolares y Agricultura Urbana, que la Secretaría de Educación del Distrito lleva a cabo en colaboración con el Jardín Botánico, ha beneficiado a 90 colegios de Bogotá. Foto: Juan Alejandro Motato Soto - Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO
¿Cómo pueden aportar unos niños de 7 y 8 años a mejorar la cadena de producción de alimentos de su comunidad? La idea suena extravagante, incluso ingenua, pero en una terraza de un sexto piso del colegio Esmeralda Arboleda Cadavid en Bosa, al suroccidente de la ciudad, alumnos de primaria lo demuestran con un proyecto de huertas escolares.
La iniciativa se llama Resistir-R y se basa en la técnica de organoponía, que está pensada para un contexto urbano porque reduce el uso excesivo de agua que suelen emplear los cultivos tradicionales, y se puede realizar de forma vertical con tubos de policloruro de vinilo (PVC). Samantha, del grado primero, lo explica en términos sencillos: “Son tubos con huecos para que las plantas puedan crecer sin tanta luz ni agua, y utilizamos el riego automático circular".
Los líderes de esta iniciativa de agricultura sostenible son los docentes Johanna Sánchez, Pablo Ruiz y Luz Castellanos, quienes notaron que algunas personas estaban cultivando alimentos para la venta junto al contaminado río Tunjuelo. En este afluente terminan los remanentes de curtiembres, detergentes y desechos tóxicos.
El proyecto produce entre 180 a 200 hortalizas ubicadas en huertas verticales y horizontales. Esto les ha permitido a los alumnos de primaria enseñarles a sus familias y compañeros cómo reproducir esta técnica y aprender a sembrar apio, cebolla, lechuga, pimentón y otras hortalizas sin depender siempre de los mercados del barrio.
Con la técnica de organoponía, los niños de primaria le han enseñado a sus padres cómo se puede sembrar en espacios verticales. Foto:Juan Alejandro Motato Soto - Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO
En el último año han tenido una preocupación: el cambio abrupto de las condiciones climáticas en la región los ha afectado. Por un lado, con las inclementes lluvias y vientos fuertes, los cultivos han quedado inundados, lo que los fuerza a empezar el proceso de nuevo. Por el otro, cuando hay altas temperaturas, las hojas de las plantas pueden secarse. A falta de un invernadero para regular los cultivos, los profesores y niños se han acostumbrado a asumir con resiliencia la intemperie.
Lo cierto es que lo que comenzó como una idea financiada con venta de reciclaje hoy es todo un plan transversal que fortalece a la institución. En el último año han tenido cuatro cosechas de lechuga, acelga y espinaca. La práctica se ha convertido en un referente social en esta zona de la capital.
En el corazón de los cerros orientales nace una corriente de 22 kilómetros que atraviesa la ciudad desde la reserva El Delirio hasta el río Bogotá. Su cauce avanza por siete localidades y se escapa de la zona urbana llevando una marea de contaminación, que 130 kilómetros más adelante desemboca en el río Magdalena. Esta es la realidad con la que el profesor Hammes Garavito, del colegio José Félix Restrepo, en la localidad de San Cristóbal, concientiza y motiva a sus alumnos para mantener limpio uno de los afluentes con los que conviven a diario: el río Fucha.
Hace al menos diez años que este docente lleva “capando clase”, como dice, para que los niños y jóvenes de la institución se apropien del objetivo de mantener la ribera y el ecosistema limpio, algo que debería ser responsabilidad de todos. Los Guardianes del Río Fucha —el nombre del equipo que lidera— protegen la cuenca media del afluente con palas para sembrar árboles, tijeras para cortar las plantas invasoras y botellas de plástico para recoger basura.
Lady Caraballo, de 16 años, es una de las estudiantes que participa. “Se busca formar un tejido social que involucre al colegio, los padres de familia y la comunidad, para que todos tomen conciencia de separar los residuos y mantener limpio el río que nos da vida”, dice. La lógica está en que si los niños pasan toda la mañana de un sábado recogiendo basura, las personas del barrio van a pensarlo mejor antes de botar desechos.
Aunque para muchos pueda parecer una obligación madrugar durante un fin de semana, para estos niños se ha convertido en todo un plan ecológico que han logrado extender a varias partes de la ciudad.
En promedio caminan entre dos a tres kilómetros en busca de desechos, incluidos aquellos que pasan desapercibidos como las colillas de cigarrillo, que según Journal of Hydrology, una sola puede contaminar hasta diez mil litros de agua. Ha sido tal la magnitud de la iniciativa que ha sido reconocida seis veces en los Premios Latinoamérica Verde como uno de los 500 mejores proyectos socioambientales de América Latina y el Caribe.
El colegio José Félix de Restrepo es un referente a nivel distrital por su proyecto ambiental escolar. Foto:Juan Alejandro Motato Soto - Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO
Aulas incubadoras de vida
La naturaleza puede ser cruel hasta en sus formas más delicadas y a veces se ensaña con criaturas minúsculas, como una mariposa que acaba de romper su crisálida, pero cuando apenas despliega sus alas, es acechada por un pájaro mirlo para devorarla. La escena se desarrolló en un par de segundos y dejó pasmados a los niños del colegio Antonio José de Sucre. La conmoción fue máxima porque se trataba de una de las especies por las que habían esperado durante semanas para ver volar.
Desde hace tres años, ante el paisaje contaminante de humo y ruidos de fábricas de la zona industrial, un grupo de esta institución liderado por la profesora Diana Espinosa junto con colegas, padres de familia y estudiantes busca proteger la biodiversidad de polinizadoras a través del monitoreo de su ciclo de vida y la creación de un espacio para que puedan llegar.
La idea surgió en un semillero de la clase de ciencias naturales de bachillerato. El equipo sembró una planta hospedera de larvas llamada Capuchina y poco a poco fueron llegando tres especies de mariposas distintas: la colorada, la espejito y la blanca de la col. La tarea de los jóvenes consiste en estar pendientes del proceso de huevo a adulto, sobre todo cuando la pupa se convierte en mariposa. Si ya están listas para volar, las liberan.
Las mariposas deben pasar por un ciclo de huevo, larva y pupa antes de convertirse en adulto. En la imagen, una mariposa espejito (agraulis vallinae). Foto:Juan Alejandro Motato Soto - Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO
Con cámaras y microscopios a la mano, los alumnos se han apropiado del proceso como si fueran documentalistas de la vida silvestre. Lo que para un ojo inexperto es solo una mariposa revoloteando por el jardín, para ellos hay una diferencia entre si el insecto está polinizando o si va a depositar sus huevos en otra planta hospedera.
Con la motivación de entender lo que pasaba con estos insectos, otro grupo de estudiantes de la clase de robótica desarrolló un dispositivo para medir la calidad del aire con base en los niveles de CO2 por cada millón de partículas. Lo programaron en Arduino y a partir de ahí encontraron una relación directa entre el número de mariposas y los periodos de mayor contaminación.
“Nos hace reflexionar sobre el impacto que hacemos en el medioambiente”, dice Jonathan Sánchez, uno de los estudiantes que participa.
Lo que se hace aquí es también un proceso de observación que les permite aprender sobre los ciclos vitales y la importancia de conservar ecosistemas. Esta propuesta al igual que la de los otros dos colegios es una clara demostración de que con pequeños pasos y desde los contextos sociales de cada persona se puede hacer algo para cuidar la biodiversidad.